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A Eliseo Barrón Hernández (ejido Paso del Águila, municipio de Torreón, Coahuila. 1973), lo mataron la intolerancia de los grupos criminales asentados en la Laguna de Coahuila y Durango, y la falta de capacitación y apoyo de la empresa en la que trabajaba.

La noche (08:00pm) del lunes 25 de mayo de 2009, Eliseo fue sacado de su casa en el fraccionamiento Parque Hundido de Gómez Palacio, Durango (conurbado a Torreón). Un grupo armado de ocho sujetos irrumpió en su hogar justo cuando tenía unos minutos de haber llegado y estar viendo la televisión -cuenta su familia- con su esposa Judith y sus pequeñas hijas Ana Sofía y Yamileth. El martes 26, alrededor de las 09:00am, su cuerpo sin vida fue hallado en las orillas del canal de Sacramento, a la altura del ejido Eureka, enclavado también el municipio gomezpalatino. Eliseo recibió cinco disparos en el pecho y también mostraba huellas de haber sido torturado.

Como reportero, su trabajo no alcanzó los niveles de reconocimiento público que otros compañeros tienen o, caídos también por la violencia, han tenido. Pero Eliseo fue, sin duda, un comunicador responsable en el cumplimiento de su labor diaria.

Primero laboró en Ciudad Acuña, Coahuila, donde empezó a incursionar en el periodismo en el diario Zócalo. Ahí estuvo medio año. Luego regresó a Torreón y encontró un espacio en La Opinión.

Varios compañeros periodistas de la fuente policiaca, y a propósito de este reporte, consideran que Eliseo Barrón fue un buen amigo, un colega servicial y amigable. Era un apasionado del deporte, un hombre sano, sin los vicios comunes en el periodismo, como el tabaquismo o el alcoholismo. Era cristiano.

Ingeniero agrónomo de profesión, realizaba su trabajo directo, con información breve, básica, de boletín, y partes policiales sobre accidentes viales o una muerte. Ni siquiera especulaba. Con la aparición violenta del narcotráfico en la Comarca Lagunera, sus notas tuvieron que referirse a tales sucesos. Esto no les agradó a los malosos, pese a que en esa zona no había ni hay periodismo de investigación.

Según supe, una vez que empezaron los actos violentos en contra de comunicadores y medios, su familia le conminaba a que dejara el periodismo. Y como sabía que les preocupaba su trabajo, él optó -me cuentan sus cercanos- por no informarles nada acerca de lo que hacía a diario como reportero, ni sobre cómo lo hacía.

Cuando se lo llevaron de su casa, varios reporteros de la fuente policiaca trataron de indagar, primero sobre su paradero y después sobre los presuntos culpables. Nada fue posible. El hermetismo oficial ensombreció cualquier investigación, tanto en esos momentos como hasta ahora.

La Procuraduría General de la República se hizo cargo del caso (averiguación PGR/Dgo/GP/144/2009). Eliseo Barrón formaba parte de la influyente empresa mediática Grupo Multimedios (de Monterrey, Nuevo León) y la presión de sus directivos, que llegó hasta el propio presidente Felipe Calderón, hizo que su asesinato acaparara los reflectores, voces y plumas tanto a nivel nacional como internacional. La Procuraduría ofreció cinco millones de pesos a quien proporcionara información sobre los presuntos criminales, algo inédito en los asesinatos de periodistas en el país. La misma ONU y otros organismos condenaron el hecho.

El jueves 11 de junio de 2009, 17 días después del crimen, el ejército informó que había aprehendido a los asesinos de Eliseo. Cinco sujetos se reconocieron como miembros de los Zetas y victimarios del comunicador. Sólo que ni el ejército ni el Ministerio Público Federal detallaron sus identidades. Tampoco revelaron dónde o cómo los detuvieron.

Los periodistas de a pie salimos a las calles, nos manifestamos, hicimos un mitin, publicamos un desplegado, repudiamos el crimen. No pasó nada.

El entonces gobernador de Durango, Ismael Hernández Deras, fue el único, dentro de la esfera gubernamental, que se atrevió a decir que la agresión mortal contra el Eliseo “por supuesto que era una reacción por las investigaciones que traía el reportero en torno al crimen organizado en la Laguna”. Pero descartaba que el hecho fuera parte de un “acoso sistemático a las actividades propias del periodismo”.

La directora editorial de La Opinión Milenio (hoy Milenio Laguna), Marcela Moreno, me confió que después del homicidio los narcos les hablaron por teléfono a ella y a otros directivos del periódico, advirtiéndolos de amenazas, agresiones y hasta asesinatos si seguían informando sobre sus ilícitos. La situación, en la Laguna, es difícil, compleja. Entre los comunicadores hay temor, miedo e inseguridad. Y sí, después del artero crimen contra el compañero Eliseo, se registraron otro crimen contra un empleado de la empresa Multimedios, levantones de reporteros de la fuente policiaca, amenazas, atentados contra periódicos y televisoras.

Hoy, el periodismo lagunero prácticamente no existe. Entre la advertencia del crimen organizado y la intolerancia, la censura y la falta de apoyo publicitario oficial, el periodismo regional está extraviado en lo trivial.

Pareciera que la muerte de Eliseo fue el inicio de esta etapa oscurantista del medio.

Por Juan Noé Fernández Andrade.