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Zoé Robledo*
Cd. de México (22 mayo 2016).- Los mexicanos están de malas. Por lo menos eso dice una serie de discursos y artículos recientes. En su visita a Guadalajara el pasado 25 de abril, el presidente Enrique Peña Nieto afirmó que, a pesar de que ha leído que «hay un mal humor social (…) hay muchas razones para decir que México está avanzando». Algo parecido a lo que 10 días antes dijo el secretario de Desarrollo Social, José Antonio Meade, cuando llamó a que «dejemos el mal humor (…) la crítica sin fundamento».

¿Cómo lo saben? ¿Una bola de cristal, el tarot, conocimientos de oniromancia, o simplemente leyeron la palma de la mano de la nación? ¿Bajo el aval de qué fuentes diagnostican el encabronamiento nacional?

El humor social no es una ocurrencia dialéctica ni una muletilla retórica. Se trata de un concepto que fue creado por la agencia de investigación Nodo, dirigida por Luis Woldenberg, que durante 20 años se ha dedicado a construir un aparato metodológico para medir y entender el humor social a través de categorías que ayudan a explicar la compleja realidad mexicana. De esta forma, se obtienen vertientes y matices que definen el sentir de la población de manera científica y cuantificable.

La herramienta del humor social es una métrica con fundamentos estadísticos, psicológicos y sociológicos capaz de revelar el estado de ánimo que predomina en la sociedad. Compleja como es la realidad, así también es la reacción o aprehensión de una persona hacia el fenómeno público. El humor social captura esta volatilidad al incorporar no sólo condiciones objetivas (¿hombre o mujer?, ¿joven o viejo?, ¿gana mucho o poco?), sino también la valoración subjetiva que tiene el individuo sobre su propio proyecto de vida (¿cuáles son las expectativas de desarrollo para él o su familia? ¿Se siente o no parte de un proyecto más amplio?).

A diferencia de otros esfuerzos por tratar de revelar el «clima de opinión» por parte de encuestadores e investigadores de mercado, la medida del humor social permite la construcción de narrativas coherentes que explican el estado de ánimo social y no sólo crean un collage de respuestas aleatorias e inconexas. Es decir, el humor social abre la caja negra de la supuesta irracionalidad de los ciudadanos («¿cómo es que los ciudadanos desaprueban a X presidente, pero consideran que la economía va mejor?») y da cuenta de ella a partir de incorporar el importante rol de las emociones y de las impresiones a largo plazo.

La sistematización de una metodología que permite medir el humor social aporta información para entender la historia reciente de México en dos momentos principales y, entre ellos, un doloroso quiebre. ¿Cuándo ocurre ese momento de quiebre? Las hipótesis han apuntado a muchos lados: 1968, 1985, 1988, pero el estudio exhaustivo de Nodo no deja duda: ocurrió en 1994.

El periodo de 1988 a 1993 es la clave para entender la caída estrepitosa de la moral nacional. El sexenio de Carlos Salinas de Gortari se esmeró en construir la imagen de un México preparado para abordar el primer mundo. Durante esos años, las políticas presidenciales fueron inflando la burbuja. Se lanzó una campaña de modernización absoluta, la mano larga del priismo se extendió por lo ancho del territorio; Salinas buscó transformar todo, pero omitió una cosa: la realidad.

«Desde finales de 1993 hasta el primer trimestre del año 2016, el humor social ha oscilado desde lo más alto (‘eufórico’) hasta un sótano anímico absoluto (‘miedo con violencia’)».
El 1 de enero de 1994, el primer día de la nueva era, el país amaneció con la noticia del levantamiento zapatista en Chiapas. Allí cambió para siempre el humor nacional. Si las sociedades se gestan de manera similar que los individuos, entonces, el 31 de diciembre, el niño se fue a dormir con la promesa de su padre de que mañana sería un gran día y el 1 de enero se despertó con la nueva de que el padre era un mentiroso. A partir de allí, la ilusión del mundo que protege se disolvió para siempre. La crisis dejó de ser entendida como una situación económica acotada y empezó a permear en todos los aspectos de la vida nacional.

El cambio es drástico. Desde finales de 1993 hasta el primer trimestre del año 2016, el humor social ha oscilado desde lo más alto («eufórico») hasta un sótano anímico absoluto («miedo con violencia»). Dicho rango del humor social puede agruparse en distintas categorías que hablan sobre un tipo de ciudadanos, desde el más recalcitrante inconforme con su situación actual, la de su familia y la de su país, hasta quien se asume como protagonista en la reconciliación entre su status y su contexto familiar y político, todo con optimismo y perseverancia.

Sin embargo, el humor social ha sido tan vapuleado por la realidad nacional que, a partir de la crisis económica y financiera de 2008, fue necesario construir una nueva escala que pudiera medir la profundidad de los valores negativos que nunca antes habían sido alcanzados por el humor social en México.

En el año 2000, las elecciones presidenciales renovaron brevemente los ánimos de la población y la gráfica rozó niveles positivos. El optimismo duró poco. Desde ese momento, y hasta el día de hoy, la tendencia del humor social tiene una clara pendiente negativa. Los sueños de la transición fueron rápidamente superados por distintas coyunturas y, para 2003, la percepción de la población era que Vicente Fox no podía lograr los cambios prometidos. Para 2005, los videoescándalos, el desafuero y la intervención del ejército en labores de seguridad en la frontera norte del país llevaron al humor social a posiciones similares a las de 1994.

Con la llegada de Felipe Calderón y la lucha frontal en contra de la delincuencia, el humor social se desplomó más allá del universo estadístico; fue el comienzo de una nueva era en el estudio de la materia. Coincidió, además, con la llegada de las redes sociales; la información es menos manipulable y la comunicación empieza a democratizarse. Quizás esto juega un papel en el desánimo colectivo. Lo cierto es que a partir de 2008 la escala de humor social se tiene que ampliar para reflejar una realidad al borde de la depresión y se desarrollan 17 categorías de sótano anímico. Desde entonces, no hemos salido de esta especie de inframundo social.

El hartazgo, la frustración, la latente tensión, combinadas con el eterno escepticismo hacia los políticos y el gobierno, marcan todo el sexenio de Calderón. La exacerbada concentración de la energía presidencial en la lucha contra la delincuencia fue uno de los factores que más afectó el humor social. Por si fuera poco, la combinación de violencia y crisis financiera agudizaron estos sentimientos. 2008, 2009 y 2010 fueron años críticos en ese sentido. El mundo se encontraba inmerso en una crisis financiera que afectó fuertemente a México. En el contexto nacional, 2009 fue marcado por la crisis sanitaria provocada por la rápida expansión de la cepa de Influenza AH1N1, que paralizó a todo el país durante varios días. Entre todo ello, la retórica de una guerra contra el narcotráfico ganable se transformó en la de una causa perdida, mal planeada y con daños colaterales.

Con la llegada de Enrique Peña Nieto a la Presidencia, el humor social recuperó terreno, sin que por ello se saliera del sótano anímico en el que se encontraba. Si bien el Pacto por México y el viraje de la comunicación gubernamental hacia temas distintos al de la seguridad provocaron un aumento en los niveles de humor social, éste no duró mucho.

Fue a partir de la presentación de la reforma energética, en 2014, que el humor social empezó su irreversible tendencia a la baja. Las marchas de la CNTE, la polémica alrededor de las reformas e incluso el hecho de que la Selección Nacional de futbol se fuera a repechaje en el torneo de calificación al Mundial, afectaron el humor social.

Después, el humor social tocó fondo. Hemos alcanzado el punto más bajo desde que se tiene registro. La desaparición de los 43 estudiantes de la escuela normal rural Isidro Burgos, en Iguala, y los escándalos de conflicto de intereses (la Casa Blanca de Angélica Rivera y la residencia de Malinalco del secretario de Hacienda) han acabado por agregarse al fuerte lastre que se viene cargando desde la ruptura del 94.

El miedo y la incertidumbre con el que la población vive es descomunal. La desconfianza entre la gente y hacia las instituciones del gobierno alcanza un mínimo histórico, sólo para agravarse por el discurso oficial de que «México se está moviendo». Y la respuesta del gobierno ha sido inoperante: de la misma forma que su diagnóstico no se basa en datos (a pesar de que los tienen), su resolución no se basa en acciones. Se pretende mejorar el humor social a través de campañas de comunicación y de la construcción falsa de una narrativa, pero no se transforma el único campo que puede mejorar la situación: la realidad.
La sociedad siempre pierde

«Los números de aprobación del Presidente son de los más bajos de la historia; ante ello, Peña ha reconocido que existe un mal humor, pero en lugar de buscar cambiarlo se ha dedicado a inferir que éste no está justificado».
El humor social permite construir narrativas, políticas públicas y acciones que apelen al sentir de los ciudadanos y no sólo a la -a menudo- endogámica percepción de políticos y sus asesores. Entender el humor social es entender dónde estás parado y cómo debes inferir en la realidad para que ésta tenga un efecto positivo. Además, el humor social ejerce una fuerte influencia sobre la economía y la política. En ese sentido, los riesgos de no tomarla en cuenta son altos; decisiones y acciones pueden revertirse si no están construidas tomando en cuenta este factor. Es claro que en los últimos sexenios éste ha sido el caso. Se ha actuado sobre la realidad ignorando la información pertinente para hacerlo.

Hace unos meses, The Economist acusó a la clase política mexicana de no entender que no entiende; pero su falta de entendimiento es injustificable, teniendo las herramientas para poder comprender mejor, se rodean de insuladores que los protegen y los aíslan de la realidad. Por un breve tiempo, su zona de confort aumenta, pero a la larga esta barrera acaba teniendo un alto costo político y social. Hoy como nunca eso es claro. Los números de aprobación del Presidente son de los más bajos de la historia; ante ello, Peña ha reconocido que existe un mal humor, pero en lugar de buscar cambiarlo se ha dedicado a inferir que éste no está justificado; como si el humor social no fuera una construcción de lustros de políticas fallidas, casos de corrupción que permanecen impunes y pérdidas sociales. Como si fuera generación espontánea, mala leche social o simple negatividad de una sociedad mimada.

El PRI del siglo XX entendía que a veces tenía que perder batallas para ganar la guerra. Buscaba desahogar ímpetus sociales para que el sistema no estallara; tras el 68, el sistema dio cabida a las plurinominales; tras el 94, permitió a la Ciudad de México elegir a su jefe de gobierno. El contraste no podría ser más claro con lo que sucede actualmente en el Senado.

Mientras los datos muestran un desánimo generalizado, el partido del Presidente bloquea el Sistema Nacional Anticorrupción y la #Ley3de3; un aliciente social que daría un respiro, acaso un triunfo a una sociedad que ya ha perdido demasiadas veces.

El nuevo PRI ha hecho de la sociedad un perdedor perpetuo, que poco a poco genera resentimiento y violencia. Perdió con Ayotzinapa, perdió a Aristegui, perdió frente a la justicia, perdió con la impunidad y ahora pierde también con la #Ley3de3.

El riesgo de ignorar el humor social es alto; pretender gobernar sin entender el contexto en el que se gobierna es un ejercicio infructuoso. ¿Cómo reparar el barco si no se sabe qué está descompuesto? La pregunta queda en el aire. Una cosa queda clara: el humor social responde a los estímulos de la realidad; si ésta no se transforma, el humor social no mejorará. La simulación no funciona para construir bienestar.
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* El autor es senador de la República, PRD.

Fuente: reforma.com