Jocabed Betanzos Velázquez (Jb).

Llegué hace unas semanas muy emocionada a mi nuevo hogar, como es normal, con mucha ilusión de ir poniendo cada cosa en su lugar. Mi mamá me regaló un arbolito bonsái y tuve la experiencia reflexiva más curiosa que alguien se pudiera imaginar. Su regalo tenía un motivo, yo siempre le dije que quería uno, que me gustaban mucho y que eran algo que me causaba demasiada ternura y curiosidad.

El día que lo vi en la sala esperándome pegué un brinco de felicidad, me acerqué y lo tomé en mis manos, lo puse en un lugar muy lindo y me senté frente a él pero de repente mi corazón se comenzó a llenar de tristeza al ver un árbol minúsculo en una maceta en donde apenas cabe. Observándolo bien me di cuenta que tenía alrededor de sus ramas unos fierros delgados pero fuertes que tienen el objetivo de detener su crecimiento… y pensé… Un árbol nace para crecer, ser grande y para dar frutos.

Ver estos arbolitos hermosos nos pueden causar una ternura infinita de inicio, o una tristeza profunda de pensar que alguien amarró a su alrededor el límite de su crecimiento.

Ahora obsérvate y figura en ti un enorme árbol frondoso que da sombra y florea, y pregúntate, ¿habrá algo alrededor de tus ramas que te mantenga pequeñito?, ¿qué es eso que no deja que te expandas y eches enormes raíces?, tal vez un dolor muy grande, tal vez una baja autoestima, tal vez falta de perdón, tal vez orgullo y soberbia.

Analízalo y date la oportunidad de romper con esos fierros que te detienen y dejar de ser bonsái, para convertirte en un enorme árbol abundante e intimidante.


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