Por Sophie Grimaldi

No tienen porque ser físicamente perfectas pero al final sí te lo parecen porque su forma de ser atrae tanto que no puede ser otra cosa que una hermosura muy especial. Esa es la belleza que no genera envidias ni tristeza

A menudo, parece que hablar de belleza sólo puede encajar en dos ámbitos: la superficialidad o el arte sublime. La realidad es que cada mujer vive una belleza cotidiana. Sólo hablaré desde el punto de vista femenino porque es el que conozco y porque, según mi parecer, el hombre tiene una relación con la belleza que es más de espectador o de artesano. En cambio, la mujer lidia de manera diferente con ella porque, de alguna manera, se le pide reflejarla. Habrá muchas explicaciones para ello: presión social, criterios culturales… pero también creo que es una vocación particular.Es verdad que últimamente en las revistas femeninas y las redes sociales se aboga por una belleza «más real» y más incluyente, pero no podemos negar la coerción que se ejerce sobre las mujeres para que se congelen en una suerte de eterno estado primaveral. ¿Por qué es muy común que parezca de mal gusto preguntarle su edad a una mujer? Porque esta sola pregunta, después de los 20 años, parece suponer la constatación de una degradación física. Lo triste es que, con frecuencia, las que se juzgan más duramente son las propias mujeres. Y no hablemos de la penosa perspectiva para las chicas jóvenes, que tienen la sensación de que el tiempo se va desmenuzando y que todo lo que vendrá después será peor… Entonces ¿a qué se puede aspirar si, pasados los 30, sólo existe la opción de intentar mantener el estatus quo físico para evitar las criticas?

Podemos querer nuestro cuerpo desde la confianza que nos da esa mirada de Dios que nos ha creado a cada una como a una obra de arte

El cristianismo tiene un mensaje muy liberador para la mujer respecto a su físico. Lo refleja el proverbio 31, un himno a las cualidades de la mujer que acaba así: «Engañosa es la gracia, vana la belleza, la mujer que teme al Señor, ésa debe ser alabada». Aclarar una cosa rápidamente para ayudar a la reflexión, temer a Dios no significa tenerle miedo sino hacer todo con el propósito de agradarle. Y de ahí que sea muy liberador para la mujer. Sí, es cierto que la mujer tiene esta vocación de agradar, pero a Dios. Actuando de este modo ella se protege de muchas presiones sociales, modas y juicios. Lo dice también San Pedro (Pedro 3-3y4): «Que vuestro adorno no esté en el exterior, en peinados, joyas y modas, sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena: esto es precioso ante Dios». ¿Significa eso que las mujeres no tienen que cuidar su aspecto físico? Claro que no. Al contrario, podemos querer nuestro cuerpo desde la confianza que nos da esta mirada de Dios que nos ha creado a cada una como a una verdadera obra de arte: única e irrepetible. De hecho, aunque todas las mujeres no tengan las mismas cualidades físicas, sí comparten la oportunidad de la elegancia, verdadero reflejo del carácter sobre la apariencia física. Una de las mujeres más bellas que he conocido en mi vida ha sido mi abuela. Obviamente, ella ya era mayor cuando la conocí pero era elegante y femenina; también y, sobre todo, amable, discreta, cálida y generosa. Sigue siendo mi referente de belleza y me da mucha tranquilidad pensando en mi futura vejez. Ojalá las mujeres podamos tener más modelos así que nos den serenidad y esperanza.En este sentido, es interesante la visión que tienen las coreanas de la belleza: según un dicho coreano, no hay mujeres feas sino perezosas. La belleza física en esta cultura tiene mucho que ver con tener una piel que refleja la luz, lo que se consigue a través de unos cuidados meticulosos y un estilo de vida muy saludable. Lo interesante de eso es que se entiende que la belleza exterior (en este caso física) es el reflejo de muchas acciones y comportamientos que los demás no ven pero cuyo resultado sí constatan. No sé si tenéis el privilegio de contar en vuestro entorno con mujeres que irradian luz… y ahora no me refiero al cutis. No tienen porque ser físicamente perfectas pero al final sí te lo parecen porque su forma de ser atrae tanto que no puede ser otra cosa que una hermosura muy especial. Esa es la belleza que no genera envidias ni tristeza. Hace que otras nos preguntemos ¿qué han hecho o qué son para iluminar tanto? Nos impulsa a querer esta «luz» para nosotras mismas, a encontrarnos con quien es capaz de darla y a transparentarla también para los demás.