Por: Salvador Garcia Soto

Serpientes y Escaleras


Hay una preocupación real en el primer círculo del presidente López Obrador por su estado de salud “muy deteriorado”

El 18 de julio de 1872, en una de las habitaciones del ala norte del Palacio Nacional, murió el presidente Benito Juárez García. Víctima de una angina de pecho diagnosticada por su médico y que en el acta de defunción apareció como “neurosis del gran simpático”, el Benemérito de las Américas quedó tendido en la cama de su habitación, tras sentir un segundo “calambre en el corazón” y no responder a los remedios de su médico Ignacio Alvarado, que le arrojó agua caliente en el pecho para ver si reaccionaba, pero ya no hubo reacción.

Y es que dos horas antes en sus aposentos del Palacio, Don Benito, que se encontraba en funciones de su Presidencia, había sufrido un primer “calambre del corazón”, según narró el médico Alvarado, que trató de reanimarlo lanzándole agua caliente en la zona el corazón y, en cuanto sintió el líquido en el pecho, el Presidente le dijo a su médico: “Me está usted quemando”.

Al difundirse la noticia de la muerte del presidente Juárez, la vox populi y los conservadores que se oponían a su mandato comenzaron a esparcir rumores sobre un supuesto envenenamiento como la causa del fallecimiento. Crecieron tanto las versiones de una conspiración en Palacio, que el acta de defunción tuvo que ser firmada por sus más cercanos colaboradores: Gabino Barreda, Rafael de Lucio y el médico Ignacio Alvarado, dando fe de que el presidente de México había perdido la vida a causa de “neurosis del gran simpático”. El acta con las firmas fue exhibida en público para desmentir y contrarrestar los rumores de envenenamiento.

Pero dos años antes de su muerte, en 1870, el presidente Juárez ya había presentado síntomas y cuadros de enfermedad al sufrir una baja de presión y dificultades para respirar. Sus cercanos llamaron al médico Francisco Menocal, quien tras auscultarlo diagnosticó “parálisis del gran simpático”, esa parte del sistema nervioso que regula funciones vitales fundamentales que son independientes de la conciencia y en cierta medida autónomas, tales como el ritmo cardiaco y la respiración. Una prueba de su función autónoma es que mientras dormimos esas funciones se siguen regulando.

Pasó una semana y Don Benito volvió a tener un episodio cardio-respiratorio, pero de menor intensidad. Tras unas horas de reposo decidió seguir con sus actividades normales en la Presidencia y sin modificar su estilo de vida. Pero en enero de 1871, la muerte de su esposa, Margarita Maza de Juárez, lo golpeó anímicamente, y un año más tarde, en marzo de 1872, el presidente volvió a recaer y tuvieron que llamar de nuevo al médico, pero esta vez fue el doctor Ignacio Alvarado, que había sido su médico de cabecera y amigo durante muchos años, quien le diagnosticó angina de pecho.

Cuatro meses después, el 18 de julio regresarían los malestares y hasta Palacio Nacional llegó de inmediato el doctor Alvarado y se dirigió a la alcoba presidencial que estaba en el ala norte. Encontró al benemérito en cama y con signos de fatiga y problemas para respirar. El médico contaría que ese día, Don Benito sufrió el primer “calambre de corazón” y cayó al piso; para reanimarlo Alvarado utilizó un remedio de la época y le lanzó un chorro de agua caliente al corazón. El presidente reaccionó de inmediato y le gritó a su amigo: “Me está usted quemando”. Pero dos horas después se repitió el cuadro, con todo y el agua caliente sobre el pecho, pero esta vez, Don Benito Juárez García, presidente de México, ni se inmutó con el líquido casi hirviendo. Había fallecido el primer presidente indígena de la historia y el gobernante que emitió las Leyes de Reforma y sostuvo un largo enfrentamiento contra los conservadores que lo obligaron incluso a declarar la “Presidencia Itinerante” el 31 de mayo de 1863.

Juárez no es el único presidente que murió estando en el poder en México, el otro mandatario que también falleció mientras ejercía la Presidencia fue Venustiano Carranza, asesinado el 21 de mayo de 1920 en Tlaxcaltongo, Puebla. Solo ellos dos, en la historia del presidencialismo mexicano, murieron estando en el cargo, los otros 63 murieron después de dejar el poder y por diversas causas.

La historia viene a colación por una preocupación real que circula en el primer círculo del presidente López Obrador. Entre sus amigos y colaboradores más íntimos se comenta que el estado de salud del mandatario está “muy deteriorado”; sus problemas cardíacos no han cesado y están provocando ya otras afectaciones y padecimientos de salud del Presidente. Es tal el nivel de preocupación que ese diagnóstico médico provoca entre el círculo más íntimo del presidente, que algunos de ellos, con un dejo de tristeza, llegan a comentar que “podría no concluir su mandato”.

El último episodio crítico que tuvo el mandatario ocurrió el pasado 21 de enero de este año, cuando se soltaron los rumores sobre un estado crítico de López Obrador y salió el vocero Jesús Ramírez Cuevas a informar en un tweet que la mañana de ese viernes el presidente había ingresado al Hospital Central Militar “para realizar una revisión médica de rutina programada”. Después se sabría, con los días, que en realidad se trató de un nuevo infarto que sufrió el Presidente, quien aquella mañana de viernes, estando en su escritorio, se desvaneció y tuvo que ser llevado de emergencia al hospital militar.

Al día siguiente, el sábado 22 de enero, López Obrador apareció en un video grabado en su despacho de Palacio Nacional y desde ahí decía que le habían practicado un procedimiento y que los médicos le habían dicho que su salud estaba muy bien “y que había presidente para rato”. Aún con el optimista estado de salud que presumía, el mandatario habló de que ya tenía listo su “testamento político”, e incluso había pensado en dejar un “heredero” si él faltaba.

“Tengo la responsabilidad de actuar previendo todo, cualquier circunstancia, más cuando iba yo a someterme a este cateterismo y tengo desde hace algún tiempo un testamento y ya siendo Presidente le agregué un texto que tiene, como lo dije en el video, el propósito de que, en caso de mi fallecimiento, se garantice la continuidad en el proceso de transformación y que no haya ingobernabilidad”.

Hoy, cuando faltan aún dos años de gobierno, hay quienes recuerdan esa declaración pública del Presidente. Los dados cierran una de las semanas más duras y dolorosas. Tocó Serpiente.