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Luis Cardona / diario19.com /

La realidad de los periodistas “incómodos” en México es realmente de tensión diaria. Viven en la cuerda floja, con amagos gubernamentales que les acosan desde diferentes frentes. Sin embargo, el más peligroso de todos, es el utilizado por el Estado con la fuerza de grupos criminales que controlan regiones, ciudades y poblados. Grupos que sirven de acicate al periodismo libre, al reportero de investigación, como al que cubre la nota diaria. Sin distingos. Reportero que va más allá de los límites “tolerables”, recibe su castigo: amenazas (contra él y su familia) golpes, secuestro, tortura y/o muerte.

Con la aparición de la violencia-impune contra periodistas en México a partir de los últimos años del sexenio de Vicente Fox Quezada, recrudecida dramáticamente durante el mandato de Felipe Calderón, el periodismo mexicano afronta el embate de la corrupción que ha generado la unión, a su vez, del poder político con el criminal, convirtiéndose en el peor vestigio en la historia del país de agresiones directas a la prensa. Más de 70 asesinatos, 90 desapariciones, y al menos una docena de desplazados que ahora vivimos en regiones del territorio mexicano, ajenas a nuestro lugar de origen y poco más de una decena autoexiliados en el extranjero.

Versiones de periodistas que han vivido situaciones de riesgo, que les han dejado secuelas físicas y mentales, no dejan lugar a dudas; en cada caso de agresión contra un miembro de la prensa, está la mano del grupo en el poder de la región, ciudad o estado de la República Mexicana.

Los mensajes son similares. “El pecado” de cada reportero amenazado, tiene una constante: “Te metiste donde no debías, con quien no debías… le pegas al gobierno federal, al diputado, al presidente, al gobernador, a la policía, y a nosotros (grupos criminales)… todos somos los mismos. ¿No te das cuenta?”.

Las agresiones a periodistas quedan impunes, por la simple razón del mensaje anterior. Las agresiones provienen del poder del Estado, que no tiene distingos de color político, de corriente de pensamiento, de ideología política. Cuando el reportero rebasa la línea y se torna incómodo, será agredido.

En los sexenios priistas, la agresión del Estado era más identificable, se notaba de donde salía la orden, porque el jefe político marcaba las reglas, seguía las estrategias que marcaba la “inteligencia”, el grupo que alimentaba de análisis político-social al poder.

Con la puesta en marcha de la Guerra de Calderón, se descubrieron velos. Los jefes regionales, no eran solo políticos; tenían el poder de todo. Los acuerdos con la delincuencia que se mantenían bajo la mesa fueron descubiertos, y así el poder cambió súbitamente de máscara. Ya no eran los “políticos” los que dictaban las normas, eran “los dueños de las plazas”, delincuentes que dejaron de pactar con el gobierno federal y se volvieron “protectores de las regiones”.

Todos los habitantes de una región del país se deben ahora a las directrices del operador de la zona. En muchos casos, siguen siendo políticos que a la vez detentaban, ya del poder del crimen. (con el retorno del PRI se esperan nuevos pactos que permitan un estatus similar al de hace catorce años atrás, pero todo es incertidumbre en el territorio mexicano).

Cuando esto sobresale, y la prensa da cuenta de ello, inician los asesinatos, los secuestros, las torturas, las agresiones directas a familiares de periodistas, no así en contra de los medios, cuyos propietarios, en el 90% de los casos siempre estuvieron coludidos con el poder, y jugaban ajedrez con sus reporteros, a quienes volvieron moneda de cambio, para presionar y recibir dinero del Estado, políticos y criminales –que en realidad eran lo mismo-.

Cuando se da en México el “boom” de las agresiones, nacen Organizaciones no gubernamentales que “investigan” el fenómeno, y logran crear un paraíso en rededor de la necesidad del periodista de ser protegido -sentirse cobijado por quién sea- de la persecución que le trajo su trabajo, y no hablo únicamente de reporteros honestos, que son los menos, sino de todos los que sirvieron de moneda de cambio a sus empresas, y aquellos que más que reporteros eran garantes de pactos entre empresas periodísticas, instituciones corruptas y mandos de control regional, político-criminal, empresas que finalmente los dejaron solos, a merced de quién les tienda la mano.

Así entre los desplazados llegan a las ONG, periodistas dignos y honestos, como aquellos que jugaban de gestores a sus empresas en trabajos nada dignos ni honestos. Llegaron los perseguidos por su trabajo periodístico de denuncia e investigación, y los perseguidos por sus antecedentes corruptos. Todos englobados en la misma estadística que le refiere fndos económicos a grupos no gubernamentales para seguir sobreviviendo, e incluso servir de lavamanos del Estado, en muchas ocasiones alimentando la autocensura con supuestos protocolos de seguridad, que ciertamente brindan seguridad, pero al Estado que busca el silencio por cualquier vía.

Este paraíso para algunas Ongs, -no todas, cabe aclarar- son fondos de organizaciones filantrópicas, u organizaciones que donan fuertes cantidades de recursos económicos, provenientes más del 80% de gobiernos europeos, u organizaciones sumamente poderosas, que brindan soporte a causas de derecho-humanistas y periodistas en riesgo, como para de alguna manera demostrar que les interesa el respeto a los derechos humanos.

Este tipo de organizaciones en México dedican mucho más del 80% de su trabajo, a documentar agresiones, a crear protocolos de seguridad, a brindar cursos preventivos de situaciones de riesgo, y a dar a conocer al mundo, “la situación que vive México en el renglón del respeto a los derechos humanos”, y la seguridad a periodistas en riesgo; comúnmente ignorados por el Estado mexicano, que a su vez crea sus propios “mecanismos de defensa para periodistas”, y garantiza la libertad de expresión, sin combatir per sé, la impune agresión, que más se antoja solapada –ejemplo caro, el mecanismo federal, dependiente de la Secretaria de Gobernación, y el mismo mecanismo del DF-.

Dentro de este tipo de organizaciones están, Reporteros sin fronteras, Comité de Protección a Periodistas, La casa de los derechos del periodista, Artículo 19 y algunas otras de menor rango por sus escasos medios económicos, frente a las mencionadas.

Estas organizaciones, entre sí tienen diferencias en cuanto al trato de los casos, más que nada por sus ideales político-sociales. Unas más unidas a pensamientos de izquierda –Casa del periodista-, otra más regida por el pensamiento teológico de la liberación, -Aticulo19- y otra de raíces norteamericanas CPJ. Unas manejadas por periodistas de “izquierda”, otra por sociólogos, investigadores sociales, “masters” y doctores en periodismo, y otra con representantes, ex periodistas internacionales con verdadera experiencia en situaciones de alto riesgo, que puede ser de las más confiables por su raíz, como otra Periodistas de a pie, que viene empujando fuerte, aunque consolidándose lentamente.

Los ocho años, más o menos que el periodismo mexicano enfrenta el fenómeno del virtual riesgo por el ejercicio de su profesión, lo ha convertido en una verdadera torre de babel, en la que nadie entiende a nadie.

Los periodistas desplazados de diferentes Estados de la República, viven una realidad completamente distinta a los periodistas amenazados por su trabajo en el Distrito federal, y existen verdaderos encuentros adversos entre ellos, porque la raíz de su temor es la misma, el Estado; sin embargo el trabajo por el que se encuentra pendiendo de un hilo ha sido diferente. El capitalino siente que su trabajo es de mayor envergadura, que el de un “provinciano” al que los “narcos” agredieron.

Así las diferencias entre los del sur, con los del centro, y los del norte contra los del centro y el sur, y los del sur con los del norte, convierten el fenómeno en un inteligible idioma de forma, que no permite al gremio, unificar criterios, lo que aprovechan las Ongs, para mediar entre ellos y sacar ganancia para su causa ante el mundo.

Articulo 19 incluso en una de sus presentaciones de estadísticas al mundo, de 2012, expone una fuerte crítica al gremio periodístico, acusándolo de utilizar la descalificación entre entes de una misma especie y expone lo siguiente:

“Hoy no es aventurado señalar que existe la violencia de la prensa contra la prensa. Hemos sido testigos un sinfín de veces de la descalificación desencarnada entre profesionales de la comunicación.

Al grado que colegas han señalado fulminantes frases como: “si lo mataron por algo debió haber sido, seguro andaba en malos pasos”. La atrocidad de la común frase deja perplejo a cualquier extranjero que la cualquiera que lo escuche (SIC).

Es evidente que la prensa mexicana está desunida. Es evidente que su desunión tiene como consecuencia la ausencia de solidaridad inclusive cuando se refiere a lo que este reporta da cuenta: la violencia contra la prensa.

La falta de solidaridad atiza el nivel de indefensión. Es evidente que la indefensión eleva el nivel de riesgo. Es evidente que el nivel de riesgo, la falta de acciones conjuntas de la prensa debilita el clamor por la justicia. Hemos tomado como realidad única e inamovible que la prensa no es solidaria con los colegas que sufren agresiones día a día. La ausencia del mínimo gesto de acompañamiento solidario es la constante.

La prensa arrastra vicios desde hace muchos años. He visto cómo la descalificación al trabajo del colega no versa en una crítica periodística al trabajo, sino más bien en las fobias hacia la empresa periodística o la personalidad del autor del trabajo periodístico. La prensa está dividida porque la misma prensa quiere seguir estando así. Existen intentos (todos dramáticamente infructuosos) para generar un interés traslapado de toda la prensa contra la violencia que la aqueja. En otras palabras, promover que las diferentes casas editoriales y periodistas reconozcan que la violencia afecta al gremio como tal y no únicamente a la víctima directamente.

Para la prensa en general el único responsable es el gobierno y de manera irresponsable la gran mayoría de sus miembros voltea al otro lado cuando se habla de cómo la ausencia de unión abona de manera clara y directa a la impunidad e ineficacia de las autoridades. Es la prensa, con su poder de comunicación, el único actor capaz de presionar de tal manera a las autoridades irresponsables e ineficaces.

La indolencia de la prensa para presionar de manera eficaz y constante a autoridades allana el camino para que transcurran años y los casos de periodistas asesinados y desaparecidos estén en completa impunidad. El silencio de la prensa es cómplice en muchos de los casos. La denuncia de los casos de agresiones sigue siendo tímida si tomamos en cuenta la aguda crisis que hemos vivido los últimos años.

ARTICULO 19 lanza las preguntas: ¿Hasta cuándo los miembros de la prensa seguirán con su acostumbrada inmadurez que imposibilitan acuerdos reales y de gran calado que cambien el tablero actual?, ¿Hasta cuándo la costumbre periodística seguirá cargando con putrefactas tradiciones que lo único que limitan es el necesario desarrollo de acuerdo a los tiempos democráticos?, ¿Hasta cuándo los periodistas seguirán comprándose broncas que son de sus empresas informativas?

Lo preocupante es que si un contexto tan hostil, como es el de la violencia generalizada que vivimos, no ha podido unir a la prensa, la pregunta es ¿qué puede generar el cambio? No nos confundamos, la solidaridad y unión de la prensa es indispensable para frenar la caza. Cada medio y periodista tendría que responder con fundamentos que expliquen ampliamente por qué no se ha avanzado en la generación de un frente común. Nos parece que el “no me cae bien” o “pues así son los egos en la profesión” son respuestas inmaduras, cómplices e irresponsables ante el contexto que estamos viviendo.

Hemos llegado a ser el país más peligroso para la prensa con la pasiva complicidad de la misma prensa. Si queremos cambiar el destino y salvaguardar el derecho a la información de la sociedad, debemos de pasar del silencio cómplice, a la acción solidaria y pública de la prensa para con la prensa”.

Este texto escrito en primera persona, duele, porque la crítica es así, dolorosa. Sin embargo no se entienden tampoco actitudes de periodistas que reciben premios en Harvard, por hablar de las agresiones a sus compañeros, de lo que sufren los reporteros mexicanos, y se convierten en escritores más que reporteros, conociendo la situación de los verdaderos periodistas en riesgo, solo de oídas, convirtiéndose en un objeto de consumo público, que ayuda a las editoriales -que publican sus textos- a vender más ejemplares en cafebrerías “snobs”, o Sanborns. Periodistas que reciben Premios de Harvard, por “descubrir” la violencia contra la prensa, mientras el mismo Harvard brinda empleo al principal actor de la violencia, Felipe Calderón.

Muchas veces sucede que alguien de afuera, con su punto de vista, logre que la premisa se tome en cuenta, y aunque dolorosamente, se deba reconocer, el periodismo mexicano está dividido, porque simplemente existen corrientes como en todo. Sin embargo la actividad periodística es uno de los nichos que pueden salvarse en ésta República, porque la constitución política garantiza la libertad de expresión, y es ahí donde los periodistas podemos luchar porque ese derecho no sea una subrogación del Estado, que ha maniatado a las empresas, que dirige la línea editorial de los medios –la mayoría- entonces erigirnos como una fuerza, no con gestores de protocolos y estadísticas de “nuestro sufrimiento”.

El periodista mexicano en situación real de riesgo, no necesita de beneficios a trasmano, o ser parte sólo de una estadística de Ong. Necesita el periodista en riesgo, de la unidad con sus compañeros, y de una verdadera organización o colectivo, sin bandera política o ideológica. Una organización sólida, plural e incluyente de periodistas, que no existe, o que existe a medias.

Urge éste mecanismo para defender en verdad el derecho a informar. No van a ser la ONG, las empresas periodísticas, ni el Estado, quienes nos den certeza, necesitamos un grupo de autodefensa de periodistas, con recursos propios, con mecanismos propios, con redes propias.

No necesitamos de la compasión ni la lástima de organizaciones no gubernamentales que nacen, crecen y se mantienen en base a la “ayuda” que brindan al periodista en riesgo. Necesitamos organizarnos nosotros, los agredidos, los que hemos sufrido en carne propia el embate del Estado, y erigirnos como un colectivo de fuerza, que brinde apoyo a cualquier periodista de la República, sin distingo de clase social, ideología o situación. Mantener un centro de capacitación constante que permita crecer al periodista, y su labor abone a la maltrecha democracia mexicana.

El principal problema del periodista desplazado, es no tener empleo que le garantice estabilidad económica familiar. Luchemos por eso, y que los fondos de las organizaciones filantrópicas lleguen directos, sin intermediarios, porque tampoco las ONG, se ponen de acuerdo, y las descalificaciones que duelen en su crítica, deben ser también motivo de una autoreflexión en ellas.