Moisés MOLINA

Hay señales cotidianas que parecen poner en conflicto a la modernidad con la historia. 

Los natalicios y aniversarios luctuosos son solo pretextos para recordar cada tiempo legados, idearios, contribuciones, decisiones, hazañas o historias de vida de quienes nos han dado identidad como mexicanos.

Finalmente, como lo escribió Carlyle, “la historia es la suma de las biografías de sus grandes hombres”. Y de sus grandes mujeres, claro está.

El 21 de marzo no solo recordamos a Juárez y su prolijo legado. Sus hazañas desde la infancia, su tesón y disciplina para el estudio, su inteligencia, su liderazgo, su amor por Margarita y sus hijos, su patriotismo y su profundo sentido del deber, entre muchas otras más, son cualidades que han dado motivo a una pormenorizad a narrativa que, para bien o para mal, lo convirtió en mito.

Le pido, a quien cruce su mirada por estas líneas, y sin ánimo de idolatría que se tome tiempo y se esfuerce en dimensionar lo que debe significar Juárez para las y los oaxaqueños de hoy y de mañana. 

Juárez no es ni mejor ni peor que otros oaxaqueños. Queda fuera de toda escala. 

Benito Juárez fue lo que México necesitaba en su decimonónica circunstancia para seguir siendo hasta nuestros días una república, representativa, democrática y federal.

En aquella histórica carta del 20 de junio de 1867 el célebre autor de “Los Miserables”, Víctor Hugo le escribió a Juárez: “México se ha salvado por un principio y por un hombre. El principio, la república. El hombre, usted”. 

Sincera o no, es la frase más elocuente que yo he leído en torno a Juárez. 

Pero Juárez no se envaneció. Víctor Hugo le pidió en aquella carta por la vida de Maximiliano. Juárez acusó recibo en el Cerro de las Campanas.

Pensar en Juárez es pensar en muchas cosas. Algunas más oportunas que otras dependiendo la época y la coyuntura.

Creo que hoy pensar en Juárez es pensar en la ley. 

Y pensar en la ley no se trata solo de su cumplimiento. Hay que pensar en su elaboración, en su aplicación y en su interpretación.

Es una buena ocasión para pensar en eso que en la facultad nos refirieron como el espíritu de la ley. 

Pensar en Juárez es, en última instancia pensar en la justicia. Como quería Couture, “en la justicia como destino normal del derecho”.

Los criterios cambian, las sociedades cambian, las fuentes reales del derecho cambian.

Necesitamos buenos legisladores, buenos jueces, buenos presidentes y gobernadores y buenos ministros y magistrados que hagan, apliquen, ejecuten e interpreten buenas leyes. 

Pero ante todo necesitamos una ciudadanía en sintonía; informada, interesada y dispuesta a escuchar para decidir. 

Hoy México necesita concordia y la base de la concordia es el consenso.