ACOSO Y DERRIBO DE LA PRENSA
Medidas amenazantes, ataques, leyes restrictivas, señalamientos y perfilamientos de periodistas, creación de monstruos informativos oficiales, sequía publicitaria gubernamental y acoso a la prensa libre con fondos del Estado. Estas son algunas de las armas que disparan varios gobiernos latinoamericanos, según reciente informe del Grupo de Diarios América (GDA).
Ya no se emplean, por burdos, los instrumentos que cargaban en la cartuchera las viejas dictaduras militares, aquella siniestra fórmula que el escritor guatemalteco Tito Monterroso resumía en tres opciones: “Encierro, destierro o entierro”. Aunque desaparecieron del mapa los criminales de gorra y uniforme que en los años setenta gobernaban buena parte de América Latina, la represión no cesa. La reportería sigue figurando en la lista de los oficios más peligrosos en esta desventurada parte de mundo, como lo denuncia en sus informes la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip). De acuerdo con sus investigaciones de los últimos años, “Colombia es el segundo país más letal del continente”. El primero es México, donde hace cuatro días salieron miles de personas a la calle para protestar por los atentados contra los reporteros. También en esta máquina constante de violencia que es Macondo, cada semestre cae asesinado un periodista y cada semana se registran dos amenazas contra profesionales de la comunicación.
Los gobiernos regionales no han modificado su antipatía por la prensa que investiga, denuncia, critica, elogia y opina. Solo que ahora, quizás guiados por ese sol oscuro que es Donald Trump, sus admiradores aplican otros métodos de control y ataque. La GDA propone algunos ejemplos. En Brasil, Jair Bolsonaro, campeón de la irresponsabilidad, llama canallas a los periodistas y se ha convertido, con sus fantochadas y sus desafíos, en “el principal depredador de la prensa”, según Reporteros sin Fronteras… Nuestro vecino Nicolás Maduro lleva nueve años en guerra contra los periodistas y ha logrado acabar con buena parte de los medios tradicionales mediante persecuciones y control del papel… Daniel Ortega compite con él en ímpetus dictatoriales, mientras que otro viejo enemigo de la prensa, el ecuatoriano Rafael Correa, buen gobernante en otros aspectos, fue encarnizado perseguidor de sus críticos… En cuanto a Cuba, desde hace rato sabemos que sus dirigentes consideran a la de prensa como una libertad burguesa y obran en consecuencia: la liquidan.
Los presidentes novatos han aprendido pronto de los veteranos. El mexicano Andrés Manuel López Obrador —un individuo tan extraño como su doble nombre de pila— reparte abundante publicidad a la prensa amiga mientras dedica parte de sus frecuentes peroratas a denostar de la adversaria, incluso señalando los nombres de comunicadores desafectos. Otro mandatario impenetrable, el pétreo peruano de sombrero Pedro Castillo, simplemente no habla con la prensa: la ignora de manera olímpica. Como si faltara gente rara en la cabina de mando de este pobre continente, El Salvador ha criado un personaje, Nayid Bukele, que amedrenta a los medios de comunicación desde la presidencia, mientras llega a turbios pactos con las pandillas que campean en su territorio.
Ante semejante panorama sería injusto decir que Colombia camina por los mismos prados. No. Afortunadamente no. Tentaciones e intentonas no faltan en algunos sectores políticos, pero los periodistas y los demócratas hemos logrado defender cada centímetro de libertad. Mucho va de Iván Duque a Bolsonaro, Ortega, Bukele, AMLO y sus pares. Aun así, aparecen de vez en cuando ronchas autoritarias que es preciso denunciar y combatir a tiempo. La Flip considera que “el Estado colombiano nuevamente ha apuntado sus armas, recursos y capacidad de intimidación contra los periodistas. Esta situación se acrecienta en medio de la emergencia económica por la pandemia que afecta al sector de medios”.
Entre dichas armas y recursos figura la arrogancia de algunos funcionarios, como el fiscal general y sus errados desafíos a reporteros; la imprudencia de otros, como la vicepresidenta, que ha dado en la flor de distinguir entre el “buen periodismo” y el malo, y felicita a las firmas que le gustan, lo cual para los mencionados es un antidiploma; el uso indebido de su cargo para insultar o sancionar periodistas, arte que domina como aventajado exponente el superintendente de Industria y Comercio, Andrés Barreto; el ansia de control, que llevó al gobierno a montar una poderosa y costosa cadena de medios oficiales que no se parece en nada a “la BBC colombiana”; los intentos grotescos de filtrar leyes para castigar a quienes injurien a políticos y sus familias; los silenciosos mecanismos de manipulación, como la propaganda oficial o las ruedas de prensa sin preguntas; la compra y vuelco político de medios libres (caso Semana) mediante la chequera del gran capital a cambio del apoyo del Gobierno en sus negocios.
No hay duda de que está en marcha una campaña para amordazar a los medios informativos de la región. La mejor manera de combatir la arremetida de múltiples caras contra la libertad de prensa es ejerciendo este derecho con todo vigor, sin timidez, sin disculparse y sin más límites que los que marquen la ley y la ética profesional.
ESQUIRLA. Cría cuervos. Lo de Ingrid Betancourt estaba cantado: entró a la Coalición de la Esperanza como Hada Madrina; en menos de diez días lanzó su candidatura y dinamitó el grupo; impuso una serie de ultimátums a sus compañeros y al final se retiró como Bruja Mala.
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