Moises MOLINA.

A lo largo de mi vida escolar, desde la primaria, he adquirido certeza de que mis mejores maestros han sido aquellos que siendo expertos en su materia hacen muy fácil de aprender lo difícil. Conocimiento y vocación son binomio indisoluble de todo magisterio.

Nunca he entendido la pedantería intelectual, la actitud de ciertos académicas y académicos que asumen que el prestigio social les viene de un alto nivel de complejidad para darse a entender. Son mujeres y hombres que terminan hablando y escribiendo para sí mismos o, en el mejor de los casos, para un selecto y reducido círculo que, en no pocos   casos, tiene la vida resuelta.

Hoy más que nunca es necesario democratizar el conocimiento y convertirlo en información accesible para todos los públicos y todas las clases sociales, especialmente cuando se trate de las ciencias sociales, aquellas que estudian el comportamiento del ser humano en sociedad y sus formas de organización. Y más ahora que las redes sociales nos han hecho a todos un poco más iguales.

Creo que la igualdad de los mexicanos no debe ser solo jurídica, sino también política y nada garantiza mejor el acceso a esta última como el acceso al conocimiento entendible que nos ponga a todas y a todos en el mismo plano para opinar y decidir, especialmente cuando se trata de elegir a nuestros representantes.

Hoy es necesario que a los periodistas de a de veras se sumen los académicos, los científicos sociales. Hoy los sociólogos, los constitucionalistas, los politólogos, los demógrafos, los filósofos políticos y los administrativistas públicos, entre otros, deben asumir el compromiso de formar opinión a través de reflexiones perfectamente entendibles, con base científica y para el mayor número de mexicanos posible.

El prestigio social debe ser precedido por la vocación del servicio social.

Y digo que todo lo anterior cobra especialmente relevancia hoy porque vivimos en un estado de guerra y tensión permanente entre cada vez más sectores de la sociedad. Quizás la pretensión del Presidente no sea polarizar (me empeño en creer ello) pero el resultado de muchos de sus dichos es, cada día, un México más dividido y violento. 

Y no digo que en México no se deba discutir, pero si se discute que sea para construir y el presupuesto esencial de toda discusión que aporta y que construye son los argumentos, las razones.

Uno de los temas que cada día se pone más en boga es el del autoritarismo y observo que sobre las bases de un discurso en contra del autoritarismo viejo, se está construyendo un autoritarismo nuevo.

Buena parte del electorado que eligió a López Obrador como Presidente entregó conscientemente un cheque en blanco. El clamor era quemar todo vestigio de pasado autoritario.

Los mexicanos lo queremos todo rápido y todo bien y la vía para extirpar todo vestigio de autoritarismo de nuestra historia pasada es curiosamente un nuevo autoritarismo.

El voto incondicional de AMLO quiso y quiere un Presidente inmenso, sin frenos, sin obstáculos en el camino, un Presidente paternal que por sí solo nos lleve a la felicidad.

Por ello cada cuestionamiento, cada crítica y cada procedimiento hacia las decisiones o las opiniones del Presidente, son tomados como un ataque perverso que retrasa y busca impedir nuestra marcha hacia la felicidad pública y privada.

En un escenario donde el Presidente es, para millones de mexicanos el gran salvador, el autoritarismo pasa de la tentación al hecho.

Hoy el “control del poder político” debe cobrar vigencia como tema de discusión pública.

El próximo año se renovará la Cámara de Diputados y la mejor alternativa de contrapeso al nuevo presidencialismo es un Congreso robustecido.

Controlar el poder no es anularlo sino cerciorarse de que se ejerza con racionalidad, es decir, que su ejercicio vaya siempre acorde con el espíritu de nuestras leyes. 

Por ello el reto está en el seno de los partidos políticos y la grán pregunta es: “¿Quiénes deben ser las candidatas y los candidatos a diputados en 2021?”. 

Y como respuesta, creo que deben ir más allá -salvo honrosas excepciones- de sus cúpulas que representan, por antonomasia, ese pasado del que el mexicano ya no quiere saber nada y que inconscientemente estamos reeditando al haber elegido a uno de los más  prominentes priistas del viejo régimen que hoy viene por la revancha contra otros priistas que, en su momento, le cerraron el paso y de paso contra panistas que le robaron.

México no puede quedar en medio y la clave de nuestro futuro inmediato está en la próxima elección de diputados federales en la que no podemos darnos el lujo de dejar de participar. 

Las de diputados son históricamente las elecciones con más abstencionismo. Esperemos que la concurrencia con la elección de presidentes municipales y gobernadores ayude a la legitimación de un congreso robusto que asuma el papel que constitucional y doctrinariamente le corresponde en nuestro diseño de pesos y contrapesos.