En estos días es preciso evocar a dos grandes referentes de la riqueza cultural y humana de Oaxaca: Macedonio Alcalá   y Francisco Toledo.

Justo ayer conmemoramos el primer aniversario luctuoso de nuestro héroe cultural juchiteco y el 12 de septiembre celebraremos el natalicio de quien dejara para la posteridad el himno que nos une como oaxaqueños.

Ayer mismo nuestro majestuoso teatro que lleva su nombre cumplió 111 años.

En la coyuntura en que también nos viene a la memoria el recuerdo de infortunio de los sismos de 7 y 19 de septiembre, Chico Toledo y Macedonio Alcalá deben ser reivindicados como símbolos de unidad.

La adversidad ha caminado al lado de nuestra historia. Nuestro camino no ha sido fácil, más bien tortuoso. 

Difícil es nuestra orografía, complicado nuestro carácter, enredada nuestra forma de relacionarnos social y políticamente e insospechados los caminos que nos llevan a seguir unidos.

Oaxaca es un gran mosaico, cada una de sus regiones  son a su vez complicados entramados y cada municipio es un pequeño microcosmos.

Pero aquí seguimos, juntos y unidos, aunque diversos. 

Seguimos siendo Oaxaca y nos seguimos reconociendo en nuestra historia y en las mujeres y los hombres que la han escrito y le han dado rostro a la patria chica ante México y el mundo.

Septiembre es el mes de los grandes sismos, pero también es el mes de dos gigantes que nos hacen orgullosos y distinguidos ante el mundo.

Pocos pueblos tienen como el oaxaqueño tantos referentes que fueron, a la vez, profetas en su tierra.

Macedonio Alcalá nos regaló un símbolo de la patria oaxaqueña y Toledo, además de los productos materiales de su indiscutible genio artístico, nos dejó una herencia de filantropía que vive en los espacios que le heredó a Oaxaca y por los que aún camina, como el IAGO o el CASA, por solo citar dos.

La familia tendrá sus razones y hay que respetarlas. Desde mi punto de vista, Toledo sin necesitarlo, merece un gran homenaje que acompañe el recuerdo y el cariño que guardamos por lo que fue, por lo que hizo y por lo que nos dejó.

Ha sido, indiscutiblemente, nuestro último gran embajador de Oaxaca ante el mundo. 

Toledo nos pertenece a todos y en tanto se abre la posibilidad de rendirle un homenaje público, muchas y muchos haremos lo propio con lo que esté a nuestro alcance para evocar su genio, su grandeza y su generosidad.

A fin de cuentas, Toledo ya es de todas y de todos.