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EL 24 DE FEBRERO DEL 2015.

Hermano y compañero:

Me arde la cara de vergüenza y de dolor por no haber estado a tu lado, el día en que tus asesinos, levantaron sus armas para sacrificarte.

Juntos construimos caminos y andamios a lo largo y ancho de nuestro estado y fuera de él; fueron más de cuatro décadas de luchas desiguales, por tratar de heredarles a nuestros hijos un pedazo de Patria más libre, justa y con esperanza.

Recuerdo aquella tarde de los años setenta, en que llegué a verte al kilometro treinta, localidad en la que servías como maestro de aquel pueblo; había ido junto con Eduardo Rubio, a invitarte a participar en apoyo al paro que convocaba el Movimiento Revolucionario del Magisterio, en aquellos tiempos; y, tú, sentado a la orilla de tu cama, me escuchabas, pues las sillas nos las habías cedido a nosotros, en aquella habitación que te servía de dormitorio, sala y biblioteca con tus libros apilados en un rincón; nos contestaste que poco podías hacer por tu impedimento físico para caminar; hablamos del Che Guevara, de aquella obra de Nikolai Ostrovski, “Así se templó el acero” y finalmente nos dijiste, que podríamos contar contigo, en la lucha por Democratizar nuestro sindicato y reivindicar nuestra labor como maestros, ligándonos a las causas más nobles de nuestro pueblo.

Te recuerdo en el autobús que nos llevó aquella noche de 1989 al DF, a sumarnos por primera vez al plantón, con los demás estados de la república, que luchábamos por mejores salarios y la democratización del SNTE; aun no nacía la CETEG, que siempre fue tan tuya; te pusiste de pie antes de llegar a la central de Taxqueña y les hablaste a los pasajeros más que con palabras, con ese corazón tan grande que tenías, pidiéndoles su apoyo y comprensión, fueron tus palabras las que nos dieron de comer aquellos primeros de días de lucha; durmiendo en las frías y mojadas calles del DF, en el suelo, sobre pedazos de cartón y a la intemperie.

Te recuerdo al frente de los contingentes en lucha, llamando a todos a defender sus derechos y la educación pública.

Hermano, cuánto odio, cuánto temor, cuánto miedo arrancaron tus palabras ayer, a las almas de tus asesinos, que tuvieron que asesinarte para callar tu voz, que, a pesar de todo se seguirá escuchando, una voz tuya que jamás silenciarán, porque es la voz de la dignidad de los hombres y mujeres, que aún creen que es posible construir un México más justo y humano, un México con esperanza y solidario.

Hermano, compañero, la muerte es olvido y tú jamás morirás para nosotros, que te llevaremos por siempre en el corazón.

Horacio Bahena Bustamante.