Moisés MOLINA

Una tarde, en los primeros años de su portal, Roberto Molina me llamó para que “La X en la Frente” pudiera publicase ahí.

No nos conocíamos, jamás habíamos tenido trato. Viendo a la distancia ese gesto, hoy entiendo que los amigos se eligen y ese día él me eligió a mí. 

Hoy conocí a su viuda. Sus primeras palabras, cuando me presenté, fueron: “Él lo quería mucho”. 

Es algo que se queda conmigo hoy y para siempre. 

Me dispongo a leer “Entre la carne y el alma”. Nunca imaginé que Roberto emprendería una obra así. Pero no me sorprende. Al menos en las ocasiones que charlé con él, siempre estaba planeando, ideando, conspirando sobre su propia vida. 

Su tiempo favorito era el futuro. Creo que lo vivía con más intensidad que el presente.

Nunca estaba quieto, nunca estaba en paz. Cada meta cumplida traía en sí el gérmen de un nuevo reto. 

Por eso fue indistintamente médico, político, periodista y escritor. 

Como los personajes de hace dos siglos, Roberto tenía el genio para hacer muchas cosas y hacerlas bien. 

No conocí mucho de su vida personal. Pero hoy me quedó claro que su hija siempre estuvo al centro y, en efecto, como ella misma nos lo dijo, tiene unos zapatos muy grandes por llenar. 

Roberto es su héroe y su estrella polar, como todo padre debía serlo para sus hijos. Ahí y en ningún otro lado está su victoria definitiva. 

Cuando un hombre parte con la veneración de sus hijos, puede irse tranquilo… puede descansar en paz.

Ahí también, justo delante de mí, vi a su viuda secando amorosamente los ojos de la mujer que trajo a Roberto al mundo. Se percibe que tiene un corazón inmenso como para amar en diferente forma, pero con la misma intensidad a tres personas. Por ello también, Roberto fue un hombre afortunado.

Ahí, en su restaurante favorito por los empedrados del Barrio de Xochimilco, estábamos reunidos magistrados, políticos, empresarios, intelectuales, artistas, luchadores sociales, periodistas, literatos y funcionarios con una nota común: todos y todas somos amigos de Roberto. 

Porque Roberto sigue entre nosotros. Alguien dijo que “los hombres no mueren mientras viven en las mentes de otros hombres”. 

Y de eso se ha encargado leal y religiosamente Janeth Martínez, gesto admirable en estos tiempos en que la lealtad y la gratitud casi desaparecen de los diccionarios. 

Desde luego que Roberto tuvo y sigue teniendo sus detractores. Pero ¿Quién que ha vivido la vida con intensidad no los tiene?

Detractar y ser detractado es deporte popular en nuestra querida Oaxaca, donde hasta el más chimuelo masca fierro.

Nunca, la propia personalidad, da para estar bien con todos, todo el tiempo. Y menos aún cuando se lava semanalmente la ropa sucia.

En lo personal creo que congenié desde el primer momento con Roberto. Fuimos devotos del trato fácil y del buen humor. Cuando nos preguntaban si éramos parientes, yo decía que aún habíamos Molinas decentes. 

Y nunca faltaba quien me llamaba y solo al final de la conversación se daba cuenta que estaba hablando conmigo y no con Roberto. 

No dudo que lo mismo le haya ocurrido a él. 

No quise dejar pasar la ocasión para recordarle en la brevedad de este espacio como el amigo que fue. 

Y qué bueno que nos tenía reservada una novela que, según pude escuchar a lo largo de esta velada en que fue presentada, pinta bien para ser ámpliamente recomendada. 

De ahora en adelante, cada vez que entre a mi biblioteca, ahí va a estar Roberto, el médico de cuerpos y almas.