MARTÍN VÁSQUEZ VILLANUEVA

Veníamos saliendo de la V pandemia de COVID-29, con un teoría de la evolución, se va haciendo cada vez más contagioso pero menos virulento, y comenzábamos acostumbrarnos a una normalidad», cuando la historia nos puso de cara al nacimiento de un nuevo orden mundial. Tal vez no contábamos con ello, pero el proceso está en marcha. y no hay rincón del mundo que no vaya a resentir los efectos políticos, económicos y sociales del reacomodo. 

Por lo pronto la invasión rusa a Ucrania ha despertado el espectro de una Tercera Guerra Mundial, término que hemos podido oír en boca de los principales líderes mundiales y en toda la gama de análisis y opiniones, ya sea como advertencia e incluso amenaza, como señal de alarma, como llamado a la cordura, como temor fundado. Pero, más allá de que si Rusia justifica la intervención armada por la amenaza de una expansión de la OTAN en sus fronteras; más allá de que si Estados Unidos y la Unión Europea justifican dicha expansión por la amenaza que puede significar la escalada armamentista rusa; más allá de la velada amenaza de China, la tercera potencia en discordia, en su posible alianza con Rusia; más allá de la retórica belicista que ha invadido el discurso internacional en las últimas semanas, es evidente que una guerra a gran escala no sólo termina por no favorecer a nadie, sino que, con la tentación siempre presente de utilizar armas no convencionales y llegar incluso a la confrontación de arsenales nucleares, el desenlace puede ser verdaderamente catastrófico. 

La única salida, y esto lo deben tener claro los lideres que se disputan hoy la hegemonía, pasa por la negociación, los consensos, los acuerdos, el reconocimiento de las soberanías, el multilateralismo. Es la hora de la diplomacia.

A veces se nos olvida la minuciosa, incansable y generalmente silenciosa labor que llevan a cabo hora tras hora durante todos los días del año los embajadores y funcionarios de Relaciones Exteriores de todos los países del mundo, una comunidad cuyo único fin común es ponerse de acuerdo. La diplomacia mexicana tiene una tradición ampliamente reconocida a nivel internacional y los oaxaqueños tenemos como motivo de orgullo que uno de los pilares fundadores de esa tradición es nuestro célebre paisano Matías Romero, arquitecto de la relación bilateral con los Estados Unidos en el siglo XIX, como representante del gobierno de Benito Juárez, por cierto otro pilar él mismo de las relaciones internacionales con su famoso apotegma, que no podía estar más vigente ahora mismo en el contexto ruso-ucraniano: «Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.» Se falta al respeto, se rompe la paz. 

Y no sólo Juárez y Romero. Oaxaca ha sido cuna de múltiples y connotados diplomáticos a lo largo de la historia del México independiente. En años recientes podrían mencionarse, entre otros, a Carlos Manuel Sada Solana, que fue cónsul de México en Toronto, San Antonio, Chicago, Nueva York y Los Ángeles, además de presidente municipal de Oaxaca (1992-1995) y embajador de México en Estados Unidos (2016-2017); al juchiteco Aníbal Gómez Toledo, en estos momentos embajador extraordinario y plenipotenciario de México en el Reino de Arabia Saudita y en forma concurrente ante el Reino de Bahréin, la Sultanía de Omán y la República de Yemen; a mi compañero ex diputado local, el doctor Raúl Bo laños Cacho Guzmán, cónsul de México en Sao Paulo, Brasil; a Florentino Cabrera García, encargado de Promoción Turística de la embajada de México en Alemania. Apenas hace unos días, el también juchiteco Leopoldo De Gyves fue nombrado embajador de México en la República Bolivariana de Venezuela; «Gran abrazo, estimado Embajador -le escribí-, es un orgullo para todos los istmeños.» En realidad, se puede decir que hay y ha habido oaxaqueños en todas las representaciones de México en el exterior, a todos los niveles. Vale la pena, por ejemplo, recordar que el ex gobernador Pedro Vázquez Colmena res, que en paz descanse, fue embajador de México en Guatemala.

El mundo vive momentos cruciales y ojalá que en esta pugna por establecer una nueva correlación de fuerzas a nivel global impere la cordura y la serenidad. Que ante el fragor de la batalla. prevalezca la diplomacia y logre establecerse un nuevo conjunto de acuerdos que hagan posible una auténtica gobernanza mundial sustentada en las leyes internacionales y, una y mil veces, el respeto al derecho ajeno. Hay que insistir: es la hora de la diplomacia, única salvaguarda posible del porvenir mundial.

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