Por: Constanza

A lo largo de la lucha contra el cambio climático y en los esfuerzos por conservar el medio ambiente hemos visto el choque de diferentes intereses y opiniones. Además de los activistas, políticos, académicos y sociedad civil también nos encontramos con el sector corporativo y las compañías globales y multimillonarias, lo cual resulta en una negociación asimétrica. 

El pasado 28 de julio, los Demócratas del Senado de Estados Unidos. llegaron a un acuerdo legislativo que dirigiría casi 370 millones de millones de dólares a medidas de seguridad climática y energética con el objetivo de reducir las emisiones de gases efecto invernadero en un 40% para 2030 y, al mismo tiempo, reducir los costos de energía para el consumidor. Este es sin duda un acuerdo histórico que traerá innumerables beneficios, sin embargo también ha sido recibido con cierto escepticismo, especialmente con respecto a la tecnología de captura y almacenamiento de carbono (C.C.S por sus siglas en inglés). 

Vale la pena reflexionar por qué requirió tanto esfuerzo, tiempo y negociación para que un país como EE.UU. adquiriera una agenda política a favor del cuidado del medio ambiente y en donde se fomentaran las energías limpias. Una de las razones por las que este acuerdo es tan significativo es porque en el mismo país existe una enorme población que se opone a legislaciones como ésta. Entre ellos se encuentran los políticos republicanos, al igual que una buena parte de su electorado. Los hechos indican que el Partido Republicano ha adquirido una agenda agresivamente anti-ambientalista en los últimos años, haciéndose más notorio a partir de la administración de Barack Obama. 

Por otro lado, podemos observar un fenómeno similar en México también. Desde el inicio de su presidencia, AMLO ha mostrado oponerse al uso de energías verdes y modernización de estrategias de conservación ambiental. Los proyectos de infraestructura como la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya son un ejemplo. Mucho de ello ha intentado ser justificado con motivos morales o sociales que nada tienen que ver con la ciencia o la preservación del medio ambiente. Entre ellos ha declarado que el feminismo y el ecologismo son también productos del neoliberalismo, movimientos creados “para evitar que la población se diera cuenta de los saqueos que ocurrían en el mundo”. 

En el caso de EE.UU., el economista Paul Krugman intenta explicar este fenómeno argumentando que la política ambiental se ha visto envuelta en la guerra cultural, que a su vez está impulsada en gran medida por cuestiones de raza y etnia. A pesar de que las sociedades sean muy distintas, es probable que algo similar suceda en nuestro país. En algún momento el adquirir ciertas posturas sobre el medio ambiente se vio intervenido por afiliaciones políticas y desde entonces las negociaciones se han vuelto cada vez más difíciles. 

La conservación del medio ambiente es probablemente uno de los últimos (si no es que el último) asuntos que debería de verse atrapado en una lucha de ideales e intereses económicos. La politización de asuntos ambientales aletarga e impide el progreso en temas en los que, literalmente, se está jugando el futuro de la raza humana. Los estragos no distinguen entre nivel socioeconómico y mucho menos entre afiliación política. El futuro de la humanidad y de la Tierra como la conocemos no tiene por qué ser un asunto más en una arena política y causar un retraso innecesario en el enorme problema en el que ya estamos metidos.

Tw @cons_gentil