Por: Adriana Dávila Fernández

El poder morenista -encabezado por su mesías tabasqueño- le ha apostado, desde siempre y porque le ha sido muy redituable, a sembrar odio entre diversos sectores de la población, con la única finalidad de tener ganancias electorales que le permitan centralizar las decisiones, actuales y futuras, en un solo hombre. Cada palabra, cada paso en el camino, cada mirada hacia los demás, son para identificar a sus seguidores y cobrar venganza a los opositores.

Da órdenes a los suyos con la certeza de contar con su lealtad ciega, aunque ello signifique poner en riesgo al país o a los más vulnerables (total, ellos aceptarán el sacrificio «por el bien de todos»). Hay quienes incluso justifican sus ataques, bajo el argumento de que “tiene derecho a réplica”, nada más falso que eso, el presidente no debe subirse al “ring” pues su deber es gobernar para todos, no sólo para sus seguidores.

¡Que pobre es este gobierno que no asume la responsabilidad de sus fracasos! Podemos enumerar una larga lista de actitudes de los defensores de la supuesta transformación con lo indefendible: violan la Constitución, aceptan la corrupción, mutilan sus principios, aunque eso signifique desdibujarse.

Hemos comentado en diversos espacios que desde Palacio solo se busca maltratar, descalificar o difamar a los que se opongan a ese pensamiento único -aprovechando todos los recursos y mecanismos del poder público-, práctica constante para desviar la atención de lo que verdaderamente importa: no ha habido forma de contener ni la inflación (que golpea fundamentalmente a la canasta de alimentos), ni la inseguridad pública (137,848 personas asesinadas en 4 años de gobierno, 30% más violento que la administración de Enrique Peña Nieto); ni la carestía de medicamentos, por mencionar algunos hechos.
Tenemos un gobernante que, sin ser autocrítico de sus errores y omisiones, se lamenta de las voces y plumas críticas ante su falta de resultados. ¡Qué pronto olvidó todos los señalamientos que hizo a gobiernos anteriores cuando fue opositor! No dio respiro y no reconoció ninguna acción de gobierno ni avance alguno en las políticas públicas que beneficiaron a millones de personas. Su afán, desde entonces y ahora, es crear perversas relaciones de dependencia de los más necesitados y complicidad entre sus fieles.

Lo suyo no es atender los graves problemas nacionales. ¡No! Lo suyo es aplicar la revancha, la venganza, aquello de «ojo por ojo», sin importarle siquiera si en ese forcejeo México se queda ciego. Lo importante es demostrar quién manda.

Así lo hizo ante la manifestación de la sociedad civil el pasado 13 de noviembre, en el ejercicio de su pleno derecho para defender al INE. Su respuesta no se hizo esperar y convocó al «desfile del poder» el 27 de noviembre.

Meses antes reaccionó de la misma forma, cuando Carlos Loret dio a conocer los videos en los que sus hermanos recibían jugosas cantidades de dinero en efectivo -«las aportaciones» para su movimiento-, o cuando evidenció la farsa de la supuesta «austeridad franciscana» de su familia, con la Casa Gris de su primogénito y su alberca de 23 metros. La respuesta, desde el poder público, fue la revelación a modo de los datos personales del periodista -datos que solo tiene la Secretaría de Hacienda y Crédito Público- y, por supuesto, la condena inmediata a ser el enemigo público de los morenistas.

Lo mismo pasó con el justo reclamo que durante meses han hecho los padres por la falta de tratamiento y medicamentos para los niños con cáncer: los acusó de «golpistas».

Hace una semana, atentaron contra la vida de Ciro Gómez Leyva. Pasó de «mi solidaridad con Ciro» a declarar que no descartaba que pudiera ser “un autoatentado para desestabilizar a su gobierno». No se podía esperar un poco de empatía y sensibilidad. Su política es la «del ojo por ojo», sin ninguna justificación, menos algún motivo.

Ante la apuesta autoritaria de quitarnos la vista a cualquier costo, es urgente que los partidos políticos de oposición, como instrumento para acceder al poder público, asuman su responsabilidad y retomen el camino que les corresponde.

No pueden dejar a los periodistas toda la carga de la denuncia sobre las fallas permanentes del obradorato, ¡los están matando!

No pueden dejar solas a las mujeres que luchan por su vida, sin asumir su defensa como propia.

No pueden permitir que las niñas, jóvenes y mujeres con cáncer, además de luchar por su vida, se enfrenten en solitario al gobierno, sin que reaccionen con la fuerza de las instituciones partidistas.

Son muchas las causas que se han abandonado por los partidos políticos, incluyendo el oficialista. La organización institucional debe servir para representar a la sociedad y exigir que se cumpla con las obligaciones gubernamentales y se mejore la política pública.

Es terrible reconocer la negligencia y necedad para gobernar del hombre de Macuspana y los suyos. No debemos permitir que su obsesión de aplauso y reconocimiento, superada por su paranoica victimización ante la cantidad de problemas que le explotan por todos lados, sea mayor que nuestro compromiso a luchar por un México mejor.

En estos críticos momentos, lo relevante es tener la capacidad para ver, entender y atender lo que lastima a la sociedad. Las confrontaciones son estériles respuestas a los hechos que azotan a las familias mexicanas, a su dolor por la falta de alimentos y/o medicinas, por carecer de un techo para vivir, por no tener dinero suficiente y, en muchos hogares, por el luto que guardan por la pérdida de seres queridos.
Los vacíos que se están dejando en la discusión pública, los están ocupando los ataques, las descalificaciones y el abuso de autoridad del hombre que renunció a gobernar para todos, ante la pasividad de quienes deben sobreponerse a la derrota electoral del 2018 y entender que el camino para recuperar México pasa por evitar que el miedo nos paralice.
@AdrianaDavilaF