Por: Ricardo Ortiz Esquivel

No dudo del caos político-social que Perú vive en estos momentos. No dudo que su crisis política sea bastante criticable y levante grandes debates en el interior y exterior del país andino. No dudo que Perú sea un tema para analizar, investigar y hasta un tema para que jefes de Estado o políticos extranjeros puedan fijar su postura y realicen opiniones de lo que sucede internamente, especialmente sobre los últimos 16 meses que Perú tuvo con Pedro Castillo como presidente. Sin embargo, me parece que en esta época moderna y como se mueven las relaciones internacionales, jefes de Estado o gobiernos se ven mal opinando al querer ser injerencistas en temas que no son para nada de su competencia, mayormente cuando se hace de manera pública y con un sabor para tratar de sacar provecho político, pero aún más cuando, hipócritamente, usan la bandera de la “no intervención” o ciertas doctrinas diplomáticas antiguas que según se quedaron plasmadas en sus políticas exteriores tradicionalistas.

El gobierno mexicano es el principal ejemplo que puedo utilizar para la introducción a esta columna. Y si bien hay dos o tres gobiernos sudamericanos que han tratado de entrometerse o intervenir en Perú, creo que México rebasa por mucho a esos otros gobiernos “hermanos”.

Las actuales autoridades mexicanas llevan desde hace años opinando y sacando raja política de temas internacionales, principalmente cuando gobiernos de izquierda se ven acorralados o tienen problemas internos, que para nada benefician a los jefes de Estado populistas que son afines al del gobierno mexicano. Pero si no son afines, entonces ahí sí se utiliza la “no intervención” y hasta se enfatiza la tan usada “autodeterminación de los pueblos”. En pocas palabras, la hipocresía.

México trata de verse como el salvador de América y su mandatario como el Simón Bolívar del siglo XXI, pero los tiempos modernos ya no dan para eso y las relaciones entre países no buscan salvadores extranjeros.

Perú no es el culpable de que las relaciones con México estén en un punto mínimo desde hace décadas. Se están por cumplir 200 años de relaciones bilaterales y, por lo que se ve, existe un gran riesgo de que se rompan si continúan las autoridades mexicanas con su hipócrita opinión.

Si bien me parece que Perú no llegaría a un extremo de romper relaciones, sí estoy convencido de que Perú cortará toda práctica de amistad hasta que Andrés Manuel López Obrador concluya su Presidencia o se termine con las constantes opiniones que sólo huelen a injerencia mala leche.

La gota que derramó el vaso esta semana de manera simbólica fue, sin duda, el asilo político que la exprimera dama peruana y sus hijos recibieron de México, pues ella no es en sí una perseguida política, ella es investigada por la fiscalía peruana por el presunto delito de organización criminal. Perú trató de maquillar su decisión de declarar persona non grata al embajador mexicano Pablo Monroy, debido a las constantes opiniones mexicanas sobre el gobierno peruano, pero la realidad es que el manotazo dado desde el Palacio de Torre Tagle (cancillería peruana) fue por arropar a Lilia Paredes.

Las autoridades mexicanas fracasaron en apoyar a Castillo y, al parecer, le resultó peor al originario de Cajamarca. El asilo político a la familia de Castillo es meramente para tratar de salvarse del ridículo internacional. La frustración ha llevado a que México, solito, se meta en un tema interno de Perú y termine casi colapsando sus relaciones por apoyar a un golpista.
@richgdlmx