Una perra del presidente
Por: Pablo Majluf
Hace unas semanas, la periodista y conductora mexicana Fernanda Tapia se autoproclamó orgullosamente una “perra” del presidente López Obrador, alcanzando un nuevo nivel de abyección en los ya de por sí penosos tiempos de servilismo de los medios en México. Siempre hemos tenido una tradición autoritaria del poder, con un presidencialismo inflado, pero ni en los tiempos del viejo PRI –cuando los dueños de los medios eran “soldados del presidente”– se veía un culto a la personalidad de tan baja estofa. Incluso para un régimen acostumbrado a sicofantes, attolinis, lord moléculas, tuiteros a sueldo y youtuberos en la nómina, degradarse al nivel de perro faldero es inédito.
Una parte del envilecimiento puede ser personal, resultado de la disipación del carácter y de todo parámetro ético y vocacional del oficio periodístico, cuya misión –decía Walter Lippmann– es decir la verdad y deshonrar al diablo. En el caso de Tapia, además, se filtró que lleva todo el sexenio cobrando nómina en medios afines al oficialismo. Sin embargo, me temo que mucho es un problema tanto del espíritu de los tiempos como de los medios per se que escapa a los problemas de personalidad y de ambición de los entregados.
Ni en los tiempos del viejo PRI se veía un culto a la personalidad de tan baja estofa.
En cuanto al espíritu de los tiempos, sobra decir que esto no sólo ocurre en México, aunque el régimen que nos gobierna ciertamente tiene una proclividad por las adulaciones norcoreanas. Ahí donde gobierna el populismo, el mandato no sólo es la devoción al líder carismático sino la satanización de la inteligencia como defecto de las élites expoliadoras. El populismo considera a los medios críticos enemigos del “pueblo”. A propósito de esto una vez escribí sobre el fan art de Donald Trump.
Los medios tradicionales también atraviesan una crisis global que toca lo tecnológico y regulatorio, pero en México tienen un vicio de origen que, combinado con los tiempos, está produciendo a gente como Tapia. Hay muy pocos negocios mediáticos propiamente autónomos: la gran mayoría depende de la chichi gubernamental, ya sea porque son concesionarios –como en el caso de las televisoras y estaciones de radio–, o porque no tienen una base de suscriptores y publicidad independiente –como en el caso de los periódicos–. En pocas palabras, están ceñidos al mismo poder que pretenden criticar. Un ciclo vicioso.
Así, los comentaristas y periodistas en medios tradicionales siempre están atados a los vaivenes del poder, a las cuotas impuestas por los dueños para congraciarse con el gobierno, a las alianzas inconfesables y a las modas. Naturalmente, la mayoría –con honradas excepciones, por supuesto– prefiere portarse bien para conservar la chamba, ya sea ejerciendo la famosa autocensura para no cruzar la línea, o de plano entregándose abiertamente; y, en el peor de los casos, siendo un gacetillero a sueldo o un payaso. Aunque no todos acaban como Tapia, lo preocupante es que cada vez son más y más indecorosos.
Con esta columna inauguro formalmente Disidencia. Los invito a romper este ciclo vicioso suscribiéndose.
@pablo_majluf