Cristina Pacheco: lo extraordinario de lo cotidiano
Por: René González
Con la partida de Cristina Pacheco —lejos de apagarse—se consolida de cara a la historia del periodismo mexicano una de las voces más constantes, sensatas, e infatigables que ha retratado la realidad nacional, desde todos los ángulos, tópicos y personajes de la vida común, es decir, la vida del Pueblo de México.
«México pierde a una gran periodista y cronista de la vida cotidiana. Cristina Pacheco era una gran conversadora y sus entrevistas fueron un referente porque sabía ver lo extraordinario de las situaciones comunes», escribió la Dra. Claudia Sheinbaum el 21 de diciembre, momentos después de conocerse la noticia de la pérdida física de la gran pareja sentimental y literaria del célebre escritor y poeta José Emilio Pacheco, de quién llevaba el apellido como signo del amor profundo, pues su nombre de nacimiento era Cristina Romo Hernández.
Toda una vida consagrada a las técnicas del periodismo, Cristina era de las contadas personas que supo retratar con maestría los rostros del México profundo. Contó más de 50 años de carrera profesional en diversos medios, y de 45 años consecutivos en Canal 11, donde su saga «Aquí nos tocó vivir» — de la que apenas hace unas semanas se despidió por motivos de salud a sus 82 años— significó una vitrina del cambio de épocas en el paisaje urbano
Fue el trabajo literario arduo, honesto y tenaz de Cristina Pacheco que la llevó a publicar un «Mar de Historias», esa serie de relatos que durante 37 años ininterrumpidos publicó cada domingo en La Jornada, y que eran la fuente del escape dominical para mirar en la tinta del periódico los espejos de la propia vida en otros nombres y otras personas del espacio contemporáneo.
En sus entrevistas en las colonias populares de la capital, en su andar para compartir charlas con el «niño de la calle», el expendedor de lotería, el cilindrero, el tragafuegos, la costurera, el músico, el artesano, los deportistas amateurs, la tejedora, el “viene viene”, la sexoservidora, el taxista, la vendedora de tianguis, la cocinera, y un sinfín de personajes del gran teatro de la vida misma, encontramos interminables respuestas que explican nuestra realidad; una mirada imprescindible que nos conduce a la luz de lo que somos en lo colectivo y lo personal.
Quizá por ello a sus exequias no acudieron las grandes planas políticas o culturales, sino la misma raza de a pie que la seguía para verse reflejados en las palabras de otros igual de olvidados o igual de dichosos en sus vicisitudes, problemas y anhelos. Cuenta el diario La Jornada que al funeral «acudió la señora Silvia Velázquez Martínez, criadora de palomas de raza, a quien Cristina Pacheco entrevistó hace tres años y medio para su programa Aquí nos tocó vivir,quien le realizó un singular homenaje que consistió en soltar de manera simultánea más de 100 palomas al vuelo, acción que realizó al mediodía con la anuencia de los deudos de la periodista en el estacionamiento de la agencia funeraria…».
Recientemente, las redes sociales cobraron cuenta del legado de Cristina Pacheco por un botón de muestra, la entrevista a José Alberto, realizada en 1996 cuando este personaje era un niño de 9 o 10 años que trabajaba en la Ciudad de México de «milusos» para ayudar a llevar el pan a su familia originaria de San Martín Texmelucan, en Puebla. Los sueños de este pequeño por lograr un país más justo, más limpio, más seguro, con trabajo para todos, sus esfuerzos por crecer en la adversidad, su amor a su tierra y su familia, y su claridad para hablar de política y de la justeza de quienes marchaban en las calles de aquellos años para lograr sus demandas, y especialmente su anhelo de tener un campo para sembrar y cosechar rosas, nos remiten a que quizá en cada esquina, en cada calle, en cada recoveco hay gente invisible por la que vale la pena mucho luchar y caminar, como es la historia deriva de la sonrisa de José Alberto.
De ahí quizá la virtud mayor de Cristina Pacheco haya sido la de visibilizar los temas sociales, las raíces colectivas, la esencia del ser humano en cuanto a la vida en comunidad, la búsqueda de justicia, el rescate de las tradiciones, el redimirse ante los obstáculos, y la solidaridad ante el dolor del otro. Sobre todo, el gran logro de esta periodista infinita fue el de conseguir narrar las historias de los desiguales, de los olvidados, pero de quienes les tuvo el amor para ponerlos en el centro como nadie lo hizo —con amenidad, sin paternalismo, y con abundante congruencia y ética—. La belleza de la calle.
@renegonzalez12