Por: Merilyn Gómez Pozos

El triunfo electoral de Claudia Sheinbaum, que la convertirá en la primera mujer presidenta de México en 200 años de ser República, es un hito histórico no solo para nuestro país, sino también para el mundo y para la izquierda internacional. Este logro destaca la continua lucha contra la intolerancia, el autoritarismo y el racismo promovidos por la derecha y el conservadurismo global. Su victoria desafía estereotipos, supera barreras y rompe todos los paradigmas del machismo político.

En su discurso de victoria, proclamó: “No llego sola, llegamos todas, con nuestras heroínas que nos dieron patria, con nuestras ancestras, nuestras madres, nuestras hijas y nuestras nietas”. Esta afirmación resuena profundamente, entraña un simbolismo poderoso y nos devela otra realidad llena de grandes posibilidades para la mujer.

Sus palabras encapsulan una voz colectiva y centenaria que nos describe con elocuencia el duro camino que se debió transitar para llegar hasta donde nos encontramos ahora y que traza otro punto de partida que no estará exento de nuevos retos y desafíos.

La declaración de nuestra próxima presidenta va más allá de una simple victoria política. Simboliza el avance incontenible de las mujeres en una sociedad dominada por hombres. Ella, como la mayoría de nosotras, enfrentó discriminación y violencia, pero nunca se doblegó. Su llegada al poder representa la fuerza vital y la perseverancia de millones de mujeres que han luchado incansablemente por sus derechos. Esta victoria simboliza una esperanza renovada, recordándonos que es posible alcanzar sueños y trascender metas y objetivos, como lo atestiguan los casi 36 millones de votos que respaldaron su candidatura.

Para dimensionar los alcances de su triunfo, basta recordar que hace apenas unas décadas no se debatía la posibilidad de que una mujer pudiera ser presidenta, sino si estábamos capacitadas para votar.

Alcanzar un cargo de tal relevancia desafía las expectativas tradicionales de género y reconfigura el papel de las mujeres en el espectro político nacional e internacional, dada la importancia económica, política y social que tiene México en el mundo.

Sin embargo, cuanto mayor es el triunfo, mayor es la carga histórica y la obligación de hacer las cosas bien. Nuestra próxima  presidenta no solo llevará la responsabilidad de dirigir un país profundamente machista y complejo en muchos sentidos, sino también la carga simbólica de representar a todas las mujeres. Se espera mucho de ella en términos de avanzar en la agenda de género, una presión adicional que sus predecesores masculinos no enfrentaron, reflejando las desigualdades persistentes y la necesidad de un cambio profundo en la percepción del liderazgo femenino.

El reto no consiste solo en implementar programas y políticas públicas diseñadas para apoyar a la mujer, sino en desmantelar la estructura social patriarcal para construir una sociedad más igualitaria y equitativa, donde el sexo de las personas no predetermine su futuro. La agenda feminista también debe ser capaz de construir un país próspero,  seguro, moderno y progresista.

Su éxito en las urnas le otorga un gran bono democrático, pero el hecho de ser mujer implica que estará sujeta a un escrutinio más severo y con expectativas más altas que aquellos que le antecedieron en el cargo.

Sin embargo, esta gran carga siempre será menor si nos multiplicamos, si cada quien cumple con su tarea y, sobre todo, si redoblamos nuestros esfuerzos para que los derechos de la mujer dejen de ser una lucha permanente y compleja, para convertirse en una normalidad cotidiana. Claudia Sheinbaum no solo será la primera mujer presidenta de México, sino también un faro de esperanza para un futuro más justo y equitativo.
Fuentes:

@mery_pozos

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