El fentanilo en México: una revolución al narcotráfico
Hay una revolución en marcha. La inmersión de México en el mercado de fentanilo es, como suele llamarse, un game changer. Reglas diferentes. Juego nuevo. Punto y aparte. Entender las implicaciones del nuevo escenario es crucial. No hacerlo nos llevará a cometer los mismos errores de siempre. Y quizás algunos más.
En esta columna buscaré explicar los efectos que tendrá (y que ya tiene) el tráfico del fentanilo en la operación, estructura y funcionamiento de los grupos criminales en México. Postulo que son tres: 1) las organizaciones criminales tenderán a reducir su tamaño y a fragmentarse aún más; 2) las organizaciones criminales buscarán en sus filas perfiles más especializados —profesionales; 3) los grupos se desvincularán de la sociedad y dejarán de formar parte de dinámicas de gobernanza comunitaria. A continuación, profundizaré en estas tres hipótesis.
La primera. Las organizaciones criminales que han migrado al mercado de fentanilo o que han hecho del opiáceo sintético parte fundamental de su modelo de negocio serán (y ya son) más pequeñas que aquellas dedicadas a traficar otras drogas. Por lo general, serán organizaciones más compactas y dependerán de un menor número de nodos para llevar a cabo sus operaciones. Esto habilitará —y ya está habilitando— su proliferación. Serán más pequeñas, pero más numerosas.
Aquí un recordatorio: el fentanilo puede sinterizarse en un laboratorio de tamaño reducido. A diferencia de la marihuana o el opio, su producción no necesita extensiones de tierras ni alianzas con cultivadores. Además, el tráfico de fentanilo es sencillo. Se necesitan pocas manos, proveedores confiables y conocimiento —mucho conocimiento. Eso me lleva a la segunda hipótesis.
Del mismo modo que el mapa criminal se volverá más fragmentado y que las organizaciones tenderán a ser más pequeñas, en el horizonte se percibe una tendencia hacia la especialización de sus cuadros. La necesidad de sinterizar fentanilo o de buscar precursores adecuados ha llevado a que las organizaciones busquen colaboradores con perfiles profesionales específicos. En los últimos dos años se ha multiplicado la evidencia de grupos criminales patrocinando a sus integrantes estudios de carreras de química farmacéutica (1).
Además, estos químicos tendrían la tarea de buscar mezclas óptimas entre el fentanilo y otras sustancias como la cocaína, la heroína y la metanfetamina. La especialización explica, al menos en parte, la creciente proliferación de “megalaboratorios” de droga en México (2). Esto es, fábricas clandestinas con complejas instalaciones eléctricas y de gas. En estos recintos se han encontrado ya máscaras, recetas, fórmulas, condensadores, máquinas tableteadoras, mezcladoras, reactores y material especializado. Tendremos narcotraficantes con licenciatura.
Tercera hipótesis, quizás la más sugerente. Para la síntesis de opioides sintéticos no es necesario contar con presencia territorial a la usanza de los cultivos tradicionales de marihuana y amapola, entendiéndose como la operación física en amplias zonas rurales. El papel relativo al anclaje territorial será menor. En esa medida, también lo será el de la base social (4). A diferencia de lo ocurrido por décadas con los cultivos de amapola y marihuana, las redes de narcotráfico dedicadas a la producción de fentanilo y otros opioides sintéticos no tienen incentivos para mantener un diálogo constante con las localidades en las que trabajan. La búsqueda por legitimidad social, un objetivo imperante para las redes de narcotráfico en Sinaloa y Guerrero pasará a segundo plano y dejará de ser fundamental. Se acabarán los regalos de Reyes Magos, las carreteras asfaltadas por una mano invisible y las fiestas del pueblo pagadas por no sé quién.
Los efectos del tráfico de fentanilo están lejos de entenderse por completo. Por lo pronto, sugiero que habrá cambios importantes en las organizaciones criminales: serán más pequeñas, numerosas, más profesionales y ajenas al contexto social en el que subsisten. Soy pesimista en cuanto a los efectos que estas transformaciones tendrán en las dinámicas de violencia —tema a tocar en otra columna.
El fentanilo ya está aquí. El mundo de las drogas, tal como lo conocíamos, está por transformarse. Ni el flujo global de narcóticos será igual ni la relación en clave seguridad entre México y Estados Unidos se parecerá a la de hace unos años (ni siquiera a la de hace unos meses). En este nuevo mundo, los grupos criminales también reconfigurarán su identidad y modo de trabajo. ¿Estamos listos para el nuevo escenario? ¿Puede el Estado adelantarse a estos cambios y así evitar potenciales efectos negativos? Otra vez, soy pesimista.
@perezricart