Por: ROCÍO BARRERA BADILLO

El huracán «Otis» ha inscrito su nombre en la historia de México con letras de desolación, arrasando Acapulco con la furia de un titán implacable. Este desastre natural, de categoría 5 –que impactó a las 00:25 horas del pasado miércoles 25 de octubre–, se erige como un espejo de nuestras fragilidades y, de manera más crítica, del fallo atroz de un gobierno que no supo anticiparse ni proteger a su población. La implementación a destiempo de un sistema de alerta temprana, activado apenas tres o cuatro horas antes de que iniciara el desastre, es una evidencia de gestión catastrófica que jugó con vidas humanas de manera imprudente.

Pese a que desde la madrugada del martes 24 de octubre el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos advertía sobre la peligrosidad de “Otis”, y urgía a que se tomaran medidas para proteger las vidas y patrimonio de la población, por los fortísimos vientos y marejadas que producirían peligrosas “inundaciones, olas grandes y destructivas”, fue hasta pasadas las 8 de la noche, cuando con un tímido mensaje en Twitter, el presidente Andrés Manuel López Obrador se refirió sobre el huracán y pidió que la gente se trasladara a refugios y se mantuviera en lugares seguros. 

Pero la pasividad gubernamental federal y estatal no sólo fue un fracaso en la prevención, sino también una muestra de la falta de comprensión de la magnitud de las consecuencias. Luego de que “Otis” arrasara con Acapulco y regiones aledañas, dejando a su paso destrucción y muerte, la reconstrucción –según estimaciones preliminares–, podría ascender a más de 15 mil millones de dólares, una cifra astronómica para nuestra economía, pero modesta frente a los 125 mil millones de dólares invertidos en la reconstrucción post-Katrina en Estados Unidos, aunque cabe aclarar que estos números no sólo reflejan los costos económicos, sino también la inversión necesaria en capital humano y social para la recuperación emprendida en EU.

Es evidente que la violencia de la naturaleza ha impactado con mayor fuerza en los últimos años, debido a la desatención de gobiernos indolentes ante el cambio climático atribuido a sus políticas erróneas para impedir no únicamente la deforestación y la contaminación de sus tierras, lagos y mares, sino su sobrepoblación. El Dr. James Hansen, exdirector del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA y profesor adjunto en el Departamento de Ciencias de la Tierra y Ambientales en la Universidad de Columbia, es una autoridad en climatología. Su trabajo seminal, «Target Twitter CO2: White Sol Humanista Haim?» (Objetivo de CO2 atmosférico: ¿Dónde debe apuntar la humanidad?), coescrito con otros científicos y publicado en 2008, establece un umbral crítico para los niveles de CO2. Hansen ha sido un defensor incansable de políticas efectivas contra el cambio climático, y su investigación subraya la urgencia de actuar desde ahora.

De ahí que la lección de «Otis» sea muy clara: la fortaleza y la previsión no son sólo una cuestión de construcción y normativas, sino también de liderazgo y gobernanza. Las políticas de seguridad y prevención no pueden ser rehenes de la incompetencia o la indiferencia gubernamental. La inversión en infraestructura robusta y en sistemas de alerta temprana no es opcional; es una necesidad crítica para salvaguardar el futuro. La tragedia de «Otis» debe ser un catalizador para un cambio radical en la legislación y en la conciencia pública. La reconstrucción de Acapulco debe ser una reconstrucción verde, sostenible y, sobre todo, segura, que contemple los peores escenarios y que esté fundamentada en un compromiso inquebrantable con la vida y el bienestar de la población.

Pocos entienden que la solidaridad nacional –y la prácticamente nula ayuda externa, aunque conmovedoras ambas–, no pueden compensar la falta de políticas internas robustas y previsoras. Sabemos que la educación y la preparación de la población son vitales, pero sin el soporte de un gobierno que priorice la seguridad de sus ciudadanos, su efectividad es limitada. Los sistemas de alerta temprana y evacuación deben ser impecables y su implementación y mantenimiento, intransigentes. Claro, también la tecnología existe, pero su aplicación efectiva depende de la voluntad política y de la asignación de recursos adecuados. La memoria colectiva de «Otis» debe servir como un recordatorio constante de lo que está en juego, de ahí que las políticas medioambientales y de seguridad deben trascender los ciclos políticos y las promesas vacías.

De una u otra manera habrá que hacerle entender al gobierno que la inversión en la denominada infraestructura robusta no es un gasto, sino una medida de prevención esencial contra futuras catástrofes económicas y humanas. La naturaleza ha demostrado su poder devastador; es hora de que nuestra capacidad de adaptación y prevención demuestre ser más fuerte. Por otra parte, las aseguradoras están ajustando sus cálculos ante la realidad de los desastres naturales como el de Acapulco; las pólizas de seguro se encarecen, reflejando un riesgo que muchos no podrán asumir. Esto subraya la injusticia de un sistema que deja a las poblaciones vulnerables en una posición aún más precaria.

La reconstrucción tras «Otis» debe ser un modelo de sostenibilidad y robustez. No podemos permitirnos reconstruir sobre las cenizas de políticas fallidas y prácticas insostenibles. La colaboración internacional en materia de normativas de construcción y prevención de desastres es crucial, y México debe asumir un papel de liderazgo en la región, fomentando un intercambio de conocimientos y experiencias. La devastación que sigue a un desastre natural como «Otis» no es sólo una cuestión de reconstrucción física; es una oportunidad para la transformación y mejora. La ONU-Habitat, en su informe del 25 de septiembre de 2017, subrayó la importancia de la recuperación temprana, un proceso que va más allá de la mera reparación de infraestructuras y busca restablecer la capacidad de las instituciones nacionales y las comunidades para «reconstruir mejor».

La recuperación temprana comienza justo después de la respuesta inmediata a la crisis y se enfoca en generar resultados rápidos para las poblaciones más vulnerables, al mismo tiempo que sienta las bases para una recuperación a largo plazo. Este enfoque multidimensional abarca la restauración de servicios básicos, medios de vida, refugios, gobernabilidad, seguridad, Estado de Derecho, medio ambiente y dimensiones sociales, con el objetivo de fortalecer la seguridad humana y comenzar a abordar las causas subyacentes de la crisis. En este crisol de calamidad, «Otis» nos ha impartido una lección severa, pero invaluable. Por ello no podemos darnos el lujo de ignorar las voces de advertencia ni de postergar las acciones necesarias para proteger a nuestras comunidades.

Incrementar las normas de seguridad, invertir en infraestructura robusta y fomentar una cultura de preparación no son meras opciones; son deberes ineludibles que tenemos con las generaciones presentes y futuras. La memoria de “Otis” debe convertirse en un llamado a la acción, un mandato para que cada decisión, cada política y cada inversión que hagamos de aquí en adelante sea un paso hacia un México más seguro, más justo y más preparado. Sin duda la historia juzgará al gobierno de López Obrador por su tardía respuesta a «Otis» y su inacción frente a eventos similares de otra índole, como la pandemia de COVID-19 y la imparable ola de crímenes y desapariciones. Hay que recordarle que ésta será implacable no únicamente por las condolencias o supuesta pena y dolor que pudo haber expresado, sino por las fallidas acciones emprendidas.

*Exdiputada federal, asesora de la AC Impulsa y colaboradora del STUNAM*

@Rocio_BarreraB