Agua somos
Por Mariana Aragón Mijangos
Analista
Twitter: @MarianaAM147
Entre el bullicio del acontecer cotidiano: la guerra en Ucrania, la inflación, las descalificaciones clasistas y/o elogios gubernamentales al AIFA, las marchas, las triquiñuelas de la “política de las componendas” para postergar/regatear la #LeyMovilidadSegura; resulta tremendamente necesario escribir sobre lo verdaderamente trascendente y vital, me refiero al agua, en el marco de la conmemoración del 22 de marzo.
El fin de semana pasado, asistí con mi hija y mi amiga Rocío a la presentación del libro Dichos y mitos acerca del agua, una compilación coordinada por el investigador Francisco López Bárcenas y la poeta Irma Pineda, que retoma usos y significados del agua desde distintas partes del país escritos en 21 lenguas indígenas. Sin duda, una publicación que más allá de diagnósticos alarmantes, busca acercarnos a la esencia del elemento desde la cosmogonía de nuestros pueblos originarios. Una presentación tan interesante como oportuna.
El año pasado el episodio Agua de la serie de documentales de conciencia ecológica llamada El Tema, realizado por la activista Yásnaya Aguilar y el cineasta Gael García Bernal, dejó un diagnóstico crudo y rudo sobre la apremiante situación de tomar decisiones éticas y racionales sobre el vital recurso, que más allá del cuidado que podamos tener como ciudadanía para su aprovechamiento, al final, el meollo del problema es la mercantilización que se ha hecho del agua potable, la voracidad de ciertas industrias y la indolencia gubernamental, lo que ha generado el desequilibrio que hoy pagan comunidades mexicanas, a quienes se les ha arrebatado el derecho natural al uso y disfrute del agua. Mientras algunas ciudades todavía sueñan con ese ideal capitalista de desarrollo económico y modernidad, otras simplemente sueñan con el agua.
Casos como el de Chihuahua, donde pueblos enteros ya están librando una lucha encarnizada por el vital líquido para su supervivencia, o el conflicto agrario en San Pedro y San Pablo Ayutla que ha derivado en la falta de acceso al agua potable, nos recuerda que la administración de los recursos naturales es un tema de justicia social de la más alta prioridad.
Hace unos días, Nuevo León anunció la implementación del programa Agua para todos, que consiste en la realización de cortes de agua en determinados horarios y municipios como una medida de ahorro de agua ante la sequía que mantiene secas a dos de sus tres presas. ¿Estamos tomando nota en el resto del país? Esperemos que sí, sobra decir que ningún otro tema es tan importante, mucho menos el electoral que siempre acapara recursos y reflectores.
Es justo mencionar que desde lo comunitario, tradicionalmente han sido las mujeres quienes han dado la batalla por la conservación y justa distribución del agua. Ésta es una de las batallas que durante mucho tiempo ha librado el ecofeminismo latinoamericano. Una lucha que ha costado conflictos, sangre y cobrado muchas vidas. Por ejemplo, las mujeres zapotecas defensoras del agua en los Valles Centrales de Oaxaca, luego de 17 años de lucha, han logrado hacer realidad la Coordinadora de Pueblos Unidos por el cuidado y Defensa del Agua (Copuda), con el objetivo de, en sus propias palabras, “pedirle al Estado que priorice la vida de las comunidades, antes que a las empresas”.
Concluyo esta gota de conciencia, con algunos de los refrescantes dichos plasmados por López Bárcenas y Pineda en el libro: “Los recuerdos son de agua, y a veces nos salen por los ojos”, dice la sabiduría Mazahua; “El agua no la siembra nadie” advierten para su cuidado en Totontepec, Villa de Morelos; “El agua de la lluvia despierta al mundo de su nostalgia”, dicen poéticamente los mixtecos; mientras que en Chiapas, los tzotziles saben que “Si no respetas los ojos de agua, no sabes respetar la vida”.
Marzo se va, pero quedémonos con la reflexión de que las aguas saladas sanan, las aguas limpian, las aguas nutren y refrescan. Las aguas enseñan sobre el fluir de la vida, su transmutación de estados y sobre la fuerza de la naturaleza. Agua somos. Aguas de marzo, aguas de Samaritana, que en mi tierra oaxaqueña hidratan con algarabía el humor social. Aguas que habrá que valorar, proteger y cuidar, si queremos soñar con un futuro vivible.